martes, 28 de diciembre de 2010

MARIO VARGAS LLOSA Premio Nobel de Literatura 2010

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El Premio Nobel de Literatura 2010 fue otorgado a Mario Vargas Llosa "Por  su cartografía de las estructuras de poder y de sus imágenes mordaces  de la resistencia del individuo, la rebelión, y la derrota".Discurso de aceptación del nobel"Elogio de la lectura y la ficción"Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano,  en el Colegio de la Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más  importante que me ha pasado en la vida. Casi setenta años después  recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las palabras de los libros  en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y  del espacio y permitiéndome viajar con el capitán Nemo veinte mil leguas  de viaje submarino, luchar junto a d'Artagnan, Athos, Portos y Aramís  contra las intrigas que amenazan a la Reina en los tiempos del sinuoso  Richelieu, o arrastrarme por las entrañas de París, convertido en Jean  Valjean, con el cuerpo inerte de Marius a cuestas.La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al  alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura.  Mi madre me contó que las primeras cosas que escribí fueron  continuaciones de las historias que leía pues me apenaba que se  terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he  pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando en el tiempo, mientras  crecía, maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de  exaltación y de aventuras.Me gustaría que mi madre estuviera aquí, ella que solía emocionarse y  llorar leyendo los poemas de Amado Nervo y de Pablo Neruda, y también  el abuelo Pedro, de gran nariz y calva reluciente, que celebraba mis  versos, y el tío Lucho que tanto me animó a volcarme en cuerpo y alma a  escribir aunque la literatura, en aquel tiempo y lugar, alimentara tan  mal a sus cultores. Toda la vida he tenido a mi lado gentes así, que me  querían y alentaban, y me contagiaban su fe cuando dudaba. Gracias a  ellos y, sin duda, también, a mi terquedad y algo de suerte, he podido  dedicar buena parte de mi tiempo a esta pasión, vicio y maravilla que es  escribir, crear una vida paralela donde refugiarnos contra la  adversidad, que vuelve natural lo extraordinario y extraordinario lo  natural, disipa el caos, embellece lo feo, eterniza el instante y torna  la muerte un espectáculo pasajero.No era fácil escribir historias. Al volverse palabras, los proyectos  se marchitaban en el papel y las ideas e imágenes desfallecían. ¿Cómo  reanimarlos? Por fortuna, allí estaban los maestros para aprender de  ellos y seguir su ejemplo. Flaubert me enseñó que el talento es una  disciplina tenaz y una larga paciencia. Faulkner, que es la forma –la  escritura y la estructura– lo que engrandece o empobrece los temas.  Martorell, Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstoi, Conrad, Thomas Mann, que  el número y la ambición son tan importantes en una novela como la  destreza estilística y la estrategia narrativa. Sartre, que las palabras  son actos y que una novela, una obra de teatro, un ensayo,  comprometidos con la actualidad y las mejores opciones, pueden cambiar  el curso de la historia. Camus y Orwell, que una literatura desprovista  de moral es inhumana y Malraux que el heroísmo y la épica cabían en la  actualidad tanto como en el tiempo de los argonautas, la Odisea y la  Ilíada.Si convocara en este discurso a todos los escritores a los que debo  algo o mucho sus sombras nos sumirían en la oscuridad. Son innumerables.  Además de revelarme los secretos del oficio de contar, me hicieron  explorar los abismos de lo humano, admirar sus hazañas y horrorizarme  con sus desvaríos. Fueron los amigos más serviciales, los animadores de  mi vocación, en cuyos libros descubrí que, aun en las peores  circunstancias, hay esperanzas y que vale la pena vivir, aunque fuera  sólo porque sin la vida no podríamos leer ni fantasear historias.Algunas veces me pregunté si en países como el mío, con escasos  lectores y tantos pobres, analfabetos e injusticias, donde la cultura  era privilegio de tan pocos, escribir no era un lujo solipsista. Pero  estas dudas nunca asfixiaron mi vocación y seguí siempre escribiendo,  incluso en aquellos períodos en que los trabajos alimenticios absorbían  casi todo mi tiempo. Creo que hice lo justo, pues, si para que la  literatura florezca en una sociedad fuera requisito alcanzar primero la  alta cultura, la libertad, la prosperidad y la justicia, ella no hubiera  existido nunca. Por el contrario, gracias a la literatura, a las  conciencias que formó, a los deseos y anhelos que inspiró, al desencanto  de lo real con que volvemos del viaje a una bella fantasía, la  civilización es ahora menos cruel que cuando los contadores de cuentos  comenzaron a humanizar la vida con sus fábulas. Seríamos peores de lo  que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas, menos  inquietos e insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni  siquiera existiría. Igual que escribir, leer es protestar contra las  insuficiencias de la vida. Quien busca en la ficción lo que no tiene,  dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal  como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de  la condición humana, y que debería ser mejor. Inventamos las ficciones  para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener  cuando apenas disponemos de una sola.Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la  libertad para que la vida sea vivible y del infierno en que se convierte  cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una religión.  Quienes dudan de que la literatura, además de sumirnos en el sueño de la  belleza y la felicidad, nos alerta contra toda forma de opresión,  pregúntense por qué todos los regímenes empeñados en controlar la  conducta de los ciudadanos de la cuna a la tumba, la temen tanto que  establecen sistemas de censura para reprimirla y vigilan con tanta  suspicacia a los escritores independientes. Lo hacen porque saben el  riesgo que corren dejando que la imaginación discurra por los libros, lo  sediciosas que se vuelven las ficciones cuando el lector coteja la  libertad que las hace posibles y que en ellas se ejerce, con el  oscurantismo y el miedo que lo acechan en el mundo real. Lo quieran o  no, lo sepan o no, los fabuladores, al inventar historias, propagan la  insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la  fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana. Esa comprobación,  si echa raíces en la sensibilidad y la conciencia, vuelve a los  ciudadanos más difíciles de manipular, de aceptar las mentiras de  quienes quisieran hacerles creer que, entre barrotes, inquisidores y  carceleros viven más seguros y mejor.La buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y,  haciéndonos gozar, sufrir o sorprendernos, nos une por debajo de las  lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan.  Cuando la gran ballena blanca sepulta al capitán Ahab en el mar, se  encoge el corazón de los lectores idénticamente en Tokio, Lima o  Tombuctú. Cuando Emma Bovary se traga el arsénico, Anna Karenina se  arroja al tren y Julián Sorel sube al patíbulo, y cuando, en El Sur,  el urbano doctor Juan Dahlmann sale de aquella pulpería de la pampa a  enfrentarse al cuchillo de un matón, o advertimos que todos los  pobladores de Comala, el pueblo de Pedro Páramo, están muertos, el  estremecimiento es semejante en el lector que adora a Buda, Confucio,  Cristo, Alá o es un agnóstico, vista saco y corbata, chilaba, kimono o  bombachas. La literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad  humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la  ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez.Como todas las épocas han tenido sus espantos, la nuestra es la de  los fanáticos, la de los terroristas suicidas, antigua especie  convencida de que matando se gana el paraíso, que la sangre de los  inocentes lava las afrentas colectivas, corrige las injusticias e impone  la verdad sobre las falsas creencias. Innumerables víctimas son  inmoladas cada día en diversos lugares del mundo por quienes se sienten  poseedores de verdades absolutas. Creíamos que, con el desplome de los  imperios totalitarios, la convivencia, la paz, el pluralismo, los  derechos humanos, se impondrían y el mundo dejaría atrás los  holocaustos, genocidios, invasiones y guerras de exterminio. Nada de eso  ha ocurrido. Nuevas formas de barbarie proliferan atizadas por el  fanatismo y, con la multiplicación de armas de destrucción masiva, no se  puede excluir que cualquier grupúsculo de enloquecidos redentores  provoque un día un cataclismo nuclear. Hay que salirles al paso,  enfrentarlos y derrotarlos. No son muchos, aunque el estruendo de sus  crímenes retumbe por todo el planeta y nos abrumen de horror las  pesadillas que provocan. No debemos dejarnos intimidar por quienes  quisieran arrebatarnos la libertad que hemos ido conquistando en la  larga hazaña de la civilización. Defendamos la democracia liberal, que,  con todas sus limitaciones, sigue significando el pluralismo político,  la convivencia, la tolerancia, los derechos humanos, el respeto a la  crítica, la legalidad, las elecciones libres, la alternancia en el  poder, todo aquello que nos ha ido sacando de la vida feral y  acercándonos –aunque nunca llegaremos a alcanzarla– a la hermosa y  perfecta vida que finge la literatura, aquella que sólo inventándola,  escribiéndola y leyéndola podemos merecer. Enfrentándonos a los  fanáticos homicidas defendemos nuestro derecho a soñar y a hacer  nuestros sueños realidad.En mi juventud, como muchos escritores de mi generación, fui marxista  y creí que el socialismo sería el remedio para la explotación y las  injusticias sociales que arreciaban en mi país, América Latina y el  resto del Tercer Mundo. Mi decepción del estatismo y el colectivismo y  mi tránsito hacia el demócrata y el liberal que soy –que trato de ser–  fue largo, difícil, y se llevó a cabo despacio y a raíz de episodios  como la conversión de la Revolución Cubana, que me había entusiasmado al  principio, al modelo autoritario y vertical de la Unión Soviética, el  testimonio de los disidentes que conseguía escurrirse entre las  alambradas del Gulag, la invasión de Checoeslovaquia por los países del  Pacto de Varsovia, y gracias a pensadores como Raymond Aron,  Jean-François Revel, Isaiah Berlin y Karl Popper, a quienes debo mi  revalorización de la cultura democrática y de las sociedades abiertas.  Esos maestros fueron un ejemplo de lucidez y gallardía cuando la intelligentsia  de Occidente parecía, por frivolidad u oportunismo, haber sucumbido al  hechizo del socialismo soviético, o, peor todavía, al aquelarre  sanguinario de la revolución cultural china.De niño soñaba con llegar algún día a París porque, deslumbrado con  la literatura francesa, creía que vivir allí y respirar el aire que  respiraron Balzac, Stendhal, Baudelaire, Proust, me ayudaría a  convertirme en un verdadero escritor, que si no salía del Perú sólo  sería un seudo escritor de días domingos y feriados. Y la verdad es que  debo a Francia, a la cultura francesa, enseñanzas inolvidables, como que  la literatura es tanto una vocación como una disciplina, un trabajo y  una terquedad. Viví allí cuando Sartre y Camus estaban vivos y  escribiendo, en los años de Ionesco, Beckett, Bataille y Cioran, del  descubrimiento del teatro de Brecht y el cine de Ingmar Bergman, el TNP  de Jean Vilar y el Odéon de Jean Louis Barrault, de la Nouvelle Vague y  le Nouveau Roman y los discursos, bellísimas piezas literarias, de André  Malraux, y, tal vez, el espectáculo más teatral de la Europa de aquel  tiempo, las conferencias de prensa y los truenos olímpicos del general  de Gaulle. Pero, acaso, lo que más le agradezco a Francia sea el  descubrimiento de América Latina. Allí aprendí que el Perú era parte de  una vasta comunidad a la que hermanaban la historia, la geografía, la  problemática social y política, una cierta manera de ser y la sabrosa  lengua en que hablaba y escribía. Y que en esos mismos años producía una  literatura novedosa y pujante. Allí leí a Borges, a Octavio Paz,  Cortázar, García Márquez, Fuentes, Cabrera Infante, Rulfo, Onetti,  Carpentier, Edwards, Donoso y muchos otros, cuyos escritos estaban  revolucionando la narrativa en lengua española y gracias a los cuales  Europa y buena parte del mundo descubrían que América Latina no era sólo  el continente de los golpes de Estado, los caudillos de opereta, los  guerrilleros barbudos y las maracas del mambo y el chachachá, sino  también ideas, formas artísticas y fantasías literarias que trascendían  lo pintoresco y hablaban un lenguaje universal.De entonces a esta época, no sin tropiezos y resbalones, América  Latina ha ido progresando, aunque, como decía el verso de César Vallejo,  todavía Hay, hermanos, muchísimo que hacer. Padecemos menos  dictaduras que antaño, sólo Cuba y su candidata a secundarla, Venezuela,  y algunas seudodemocracias populistas y payasas, como las de Bolivia y  Nicaragua. Pero en el resto del continente, mal que mal, la democracia  está funcionando, apoyada en amplios consensos populares, y, por primera  vez en nuestra historia, tenemos una izquierda y una derecha que, como  en Brasil, Chile, Uruguay, Perú, Colombia, República Dominicana, México y  casi todo Centroamérica, respetan la legalidad, la libertad de crítica,  las elecciones y la renovación en el poder. Ése es el buen camino y, si  persevera en él, combate la insidiosa corrupción y sigue integrándose  al mundo, América Latina dejará por fin de ser el continente del futuro y  pasará a serlo del presente.Nunca me he sentido un extranjero en Europa, ni, en verdad, en  ninguna parte. En todos los lugares donde he vivido, en París, en  Londres, en Barcelona, en Madrid, en Berlín, en Washington, Nueva York,  Brasil o la República Dominicana, me sentí en mi casa. Siempre he  hallado una querencia donde podía vivir en paz y trabajando, aprender  cosas, alentar ilusiones, encontrar amigos, buenas lecturas y temas para  escribir. No me parece que haberme convertido, sin proponérmelo, en un  ciudadano del mundo, haya debilitado eso que llaman "las raíces", mis  vínculos con mi propio país –lo que tampoco tendría mucha importancia–,  porque, si así fuera, las experiencias peruanas no seguirían  alimentándome como escritor y no asomarían siempre en mis historias, aun  cuando éstas parezcan ocurrir muy lejos del Perú. Creo que vivir tanto  tiempo fuera del país donde nací ha fortalecido más bien aquellos  vínculos, añadiéndoles una perspectiva más lúcida, y la nostalgia, que  sabe diferenciar lo adjetivo y lo sustancial y mantiene reverberando los  recuerdos. El amor al país en que uno nació no puede ser obligatorio,  sino, al igual que cualquier otro amor, un movimiento espontáneo del  corazón, como el que une a los amantes, a padres e hijos, a los amigos  entre sí. Al Perú yo lo llevo en las entrañas porque en él nací, crecí, me  formé, y viví aquellas experiencias de niñez y juventud que modelaron mi  personalidad, fraguaron mi vocación, y porque allí amé, odié, gocé,  sufrí y soñé. Lo que en él ocurre me afecta más, me conmueve y exaspera  más que lo que sucede en otras partes. No lo he buscado ni me lo he  impuesto, simplemente es así. Algunos compatriotas me acusaron de  traidor y estuve a punto de perder la ciudadanía cuando, durante la  última dictadura, pedí a los gobiernos democráticos del mundo que  penalizaran al régimen con sanciones diplomáticas y económicas, como lo  he hecho siempre con todas las dictaduras, de cualquier índole, la de  Pinochet, la de Fidel Castro, la de los talibanes en Afganistán, la de  los imanes de Irán, la del apartheid de Africa del Sur, la de  los sátrapas uniformados de Birmania (hoy Myanmar). Y lo volvería a  hacer mañana si –el destino no lo quiera y los peruanos no lo permitan–  el Perú fuera víctima una vez más de un golpe de estado que aniquilara  nuestra frágil democracia. Aquella no fue la acción precipitada y  pasional de un resentido, como escribieron algunos polígrafos  acostumbrados a juzgar a los demás desde su propia pequeñez. Fue un acto  coherente con mi convicción de que una dictadura representa el mal  absoluto para un país, una fuente de brutalidad y corrupción y de  heridas profundas que tardan mucho en cerrar, envenenan su futuro y  crean hábitos y prácticas malsanas que se prolongan a lo largo de las  generaciones demorando la reconstrucción democrática. Por eso, las  dictaduras deben ser combatidas sin contemplaciones, por todos los  medios a nuestro alcance, incluidas las sanciones económicas. Es  lamentable que los gobiernos democráticos, en vez de dar el ejemplo,  solidarizándose con quienes, como las Damas de Blanco en Cuba, los  resistentes venezolanos, o Aung San Suu Kyi y Liu Xiaobo, que se  enfrentan con temeridad a las dictaduras que sufren, se muestren a  menudo complacientes no con ellos sino con sus verdugos. Aquellos  valientes, luchando por su libertad, también luchan por la nuestra.Un compatriota mío, José María Arguedas, llamó al Perú el país de  "todas las sangres". No creo que haya fórmula que lo defina mejor. Eso  somos y eso llevamos dentro todos los peruanos, nos guste o no: una suma  de tradiciones, razas, creencias y culturas procedentes de los cuatro  puntos cardinales. A mí me enorgullece sentirme heredero de las culturas  prehispánicas que fabricaron los tejidos y mantos de plumas de Nazca y  Paracas y los ceramios mochicas o incas que se exhiben en los mejores  museos del mundo, de los constructores de Machu Picchu, el Gran Chimú,  Chan Chan, Kuelap, Sipán, las huacas de La Bruja y del Sol y de la Luna,  y de los españoles que, con sus alforjas, espadas y caballos, trajeron  al Perú a Grecia, Roma, la tradición judeo-cristiana, el Renacimiento,  Cervantes, Quevedo y Góngora, y la lengua recia de Castilla que los  Andes dulcificaron. Y de que con España llegara también el África con su  reciedumbre, su música y su efervescente imaginación a enriquecer la  heterogeneidad peruana. Si escarbamos un poco descubrimos que el Perú,  como el Aleph de Borges, es en pequeño formato el mundo entero. ¡Qué  extraordinario privilegio el de un país que no tiene una identidad  porque las tiene todas!La conquista de América fue cruel y violenta, como todas las  conquistas, desde luego, y debemos criticarla, pero sin olvidar, al  hacerlo, que quienes cometieron aquellos despojos y crímenes fueron, en  gran número, nuestros bisabuelos y tatarabuelos, los españoles que  fueron a América y allí se acriollaron, no los que se quedaron en su  tierra. Aquellas críticas, para ser justas, deben ser una autocrítica.  Porque, al independizarnos de España, hace doscientos años, quienes  asumieron el poder en las antiguas colonias, en vez de redimir al indio y  hacerle justicia por los antiguos agravios, siguieron explotándolo con  tanta codicia y ferocidad como los conquistadores, y, en algunos países,  diezmándolo y exterminándolo. Digámoslo con toda claridad: desde hace  dos siglos la emancipación de los indígenas es una responsabilidad  exclusivamente nuestra y la hemos incumplido. Ella sigue siendo una  asignatura pendiente en toda América Latina. No hay una sola excepción a  este oprobio y vergüenza.Quiero a España tanto como al Perú y mi deuda con ella es tan grande  como el agradecimiento que le tengo. Si no hubiera sido por España jamás  hubiera llegado a esta tribuna, ni a ser un escritor conocido, y tal  vez, como tantos colegas desafortunados, andaría en el limbo de los  escribidores sin suerte, sin editores, ni premios, ni lectores, cuyo  talento acaso –triste consuelo– descubriría algún día la posteridad. En  España se publicaron todos mis libros, recibí reconocimientos  exagerados, amigos como Carlos Barral y Carmen Balcells y tantos otros  se desvivieron porque mis historias tuvieran lectores. Y España me  concedió una segunda nacionalidad cuando podía perder la mía. Jamás he  sentido la menor incompatibilidad entre ser peruano y tener un pasaporte  español porque siempre he sentido que España y el Perú son el anverso y  el reverso de una misma cosa, y no sólo en mi pequeña persona, también  en realidades esenciales como la historia, la lengua y la cultura.De todos los años que he vivido en suelo español, recuerdo con fulgor  los cinco que pasé en la querida Barcelona a comienzos de los años  setenta. La dictadura de Franco estaba todavía en pie y aún fusilaba,  pero era ya un fósil en hilachas, y, sobre todo en el campo de la  cultura, incapaz de mantener los controles de antaño. Se abrían rendijas  y resquicios que la censura no alcanzaba a parchar y por ellas la  sociedad española absorbía nuevas ideas, libros, corrientes de  pensamiento y valores y formas artísticas hasta entonces prohibidos por  subversivos. Ninguna ciudad aprovechó tanto y mejor que Barcelona este  comienzo de apertura ni vivió una efervescencia semejante en todos los  campos de las ideas y la creación. Se convirtió en la capital cultural  de España, el lugar donde había que estar para respirar el anticipo de  la libertad que se vendría. Y, en cierto modo, fue también la capital  cultural de América Latina por la cantidad de pintores, escritores,  editores y artistas procedentes de los países latinoamericanos que allí  se instalaron, o iban y venían a Barcelona, porque era donde había que  estar si uno quería ser un poeta, novelista, pintor o compositor de  nuestro tiempo. Para mí, aquellos fueron unos años inolvidables de  compañerismo, amistad, conspiraciones y fecundo trabajo intelectual.  Igual que antes París, Barcelona fue una Torre de Babel, una ciudad  cosmopolita y universal, donde era estimulante vivir y trabajar, y  donde, por primera vez desde los tiempos de la guerra civil, escritores  españoles y latinoamericanos se mezclaron y fraternizaron,  reconociéndose dueños de una misma tradición y aliados en una empresa  común y una certeza: que el final de la dictadura era inminente y que en  la España democrática la cultura sería la protagonista principal.Aunque no ocurrió así exactamente, la transición española de la  dictadura a la democracia ha sido una de las mejores historias de los  tiempos modernos, un ejemplo de como, cuando la sensatez y la  racionalidad prevalecen y los adversarios políticos aparcan el  sectarismo en favor del bien común, pueden ocurrir hechos tan  prodigiosos como los de las novelas del realismo mágico. La transición  española del autoritarismo a la libertad, del subdesarrollo a la  prosperidad, de una sociedad de contrastes económicos y desigualdades  tercermundistas a un país de clases medias, su integración a Europa y su  adopción en pocos años de una cultura democrática, ha admirado al mundo  entero y disparado la modernización de España. Ha sido para mí una  experiencia emocionante y aleccionadora vivirla de muy cerca y a ratos  desde dentro. Ojalá que los nacionalismos, plaga incurable del mundo  moderno y también de España, no estropeen esta historia feliz.Detesto toda forma de nacionalismo, ideología –o, más bien, religión–  provinciana, de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte  intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas, pues  convierte en valor supremo, en privilegio moral y ontológico, la  circunstancia fortuita del lugar de nacimiento. Junto con la religión,  el nacionalismo ha sido la causa de las peores carnicerías de la  historia, como las de las dos guerras mundiales y la sangría actual del  Medio Oriente. Nada ha contribuido tanto como el nacionalismo a que  América Latina se haya balcanizado, ensangrentado en insensatas  contiendas y litigios y derrochado astronómicos recursos en comprar  armas en vez de construir escuelas, bibliotecas y hospitales.No hay que confundir el nacionalismo de orejeras y su rechazo del  "otro", siempre semilla de violencia, con el patriotismo, sentimiento  sano y generoso, de amor a la tierra donde uno vio la luz, donde  vivieron sus ancestros y se forjaron los primeros sueños, paisaje  familiar de geografías, seres queridos y ocurrencias que se convierten  en hitos de la memoria y escudos contra la soledad. La patria no son las  banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes  emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros  recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no  importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver. El Perú es para mí una Arequipa donde nací pero nunca viví, una  ciudad que mi madre, mis abuelos y mis tíos me enseñaron a conocer a  través de sus recuerdos y añoranzas, porque toda mi tribu familiar, como  suelen hacer los arequipeños, se llevó siempre a la  Ciudad Blanca con  ella en su andariega existencia. Es la Piura del desierto, el algarrobo y  el sufrido burrito, al que los piuranos de mi juventud llamaban "el pie  ajeno" –lindo y triste apelativo–, donde descubrí que no eran las  cigüeñas las que traían los bebes al mundo sino que los fabricaban las  parejas haciendo unas barbaridades que eran pecado mortal. Es el Colegio  San Miguel y el Teatro Variedades donde por primera vez vi subir al  escenario una obrita escrita por mí. Es la esquina de Diego Ferré y  Colón, en el Miraflores limeño –la llamábamos el Barrio Alegre–, donde  cambié el pantalón corto por el largo, fumé mi primer cigarrillo,  aprendí a bailar, a enamorar y a declararme a las chicas. Es la  polvorienta y temblorosa redacción del diario La Crónica donde, a mis  dieciséis años, velé mis primeras armas de periodista, oficio que, con  la literatura, ha ocupado casi toda mi vida y me ha hecho, como los  libros, vivir más, conocer mejor el mundo y frecuentar a gente de todas  partes y de todos los registros, gente excelente, buena, mala y  execrable. Es el Colegio Militar Leoncio Prado, donde aprendí que el  Perú no era el pequeño reducto de clase media en el que yo había vivido  hasta entonces confinado y protegido, sino un país grande, antiguo,  enconado, desigual y sacudido por toda clase de tormentas sociales. Son  las células clandestinas de Cahuide en las que con un puñado de  sanmarquinos preparábamos la revolución mundial. Y el Perú son mis  amigos y amigas del Movimiento Libertad con los que por tres años, entre  las bombas, apagones y asesinatos del terrorismo, trabajamos en defensa  de la democracia y la cultura de la libertad.El Perú es Patricia, la prima de naricita respingada y carácter  indomable con la que tuve la fortuna de casarme hace 45 años y que  todavía soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a  escribir. Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un  torbellino caótico y no hubieran nacido Álvaro, Gonzalo, Morgana ni los  seis nietos que nos prolongan y alegran la existencia. Ella hace todo y  todo lo hace bien. Resuelve los problemas, administra la economía, pone  orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos,  defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las  maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace  el mejor de los elogios: "Mario, para lo único que tú sirves es para  escribir".Volvamos a la literatura. El paraíso de la infancia no es para mí un  mito literario sino una realidad que viví y gocé en la gran casa  familiar de tres patios, en Cochabamba, donde con mis primas y  compañeros de colegio podíamos reproducir las historias de Tarzán y de  Salgari, y en la Prefectura de Piura, en cuyos entretechos anidaban los  murciélagos, sombras silentes que llenaban de misterio las noches  estrelladas de esa tierra caliente. En esos años, escribir fue jugar un  juego que me celebraba la familia, una gracia que me merecía aplausos, a  mí, el nieto, el sobrino, el hijo sin papá, porque mi padre había  muerto y estaba en el cielo. Era un señor alto y buen mozo, de uniforme  de marino, cuya foto engalanaba mi velador y a la que yo rezaba y besaba  antes de dormir. Una mañana piurana, de la que todavía no creo haberme  recobrado, mi madre me reveló que aquel caballero, en verdad, estaba  vivo. Y que ese mismo día nos iríamos a vivir con él, a Lima. Yo tenía  once años y, desde entonces, todo cambió. Perdí la inocencia y descubrí  la soledad, la autoridad, la vida adulta y el miedo. Mi salvación fue  leer, leer los buenos libros, refugiarme en esos mundos donde vivir era  exaltante, intenso, una aventura tras otra, donde podía sentirme libre y  volvía a ser feliz. Y fue escribir, a escondidas, como quien se entrega  a un vicio inconfensable, a una pasión prohibida. La literatura dejó de  ser un juego. Se volvió una manera de resistir la adversidad, de  protestar, de rebelarme, de escapar a lo intolerable, mi razón de vivir.  Desde entonces y hasta ahora, en todas las circunstancias en que me he  sentido abatido o golpeado, a orillas de la desesperación, entregarme en  cuerpo y alma a mi trabajo de fabulador ha sido la luz que señala la  salida del túnel, la tabla de salvación que lleva al náufrago a la  playa. Aunque me cuesta mucho trabajo y me hace sudar la gota gorda, y, como  todo escritor, siento a veces la amenaza de la parálisis, de la sequía  de la imaginación, nada me ha hecho gozar en la vida tanto como pasarme  los meses y los años construyendo una historia, desde su incierto  despuntar, esa imagen que la memoria almacenó de alguna experiencia  vivida, que se volvió un desasosiego, un entusiasmo, un fantaseo que  germinó luego en un proyecto y en la decisión de intentar convertir esa  niebla agitada de fantasmas en una historia. "Escribir es una manera de  vivir", dijo Flaubert. Sí, muy cierto, una manera de vivir con ilusión y  alegría y un fuego chisporroteante en la cabeza, peleando con las  palabras díscolas hasta amaestrarlas, explorando el ancho mundo como un  cazador en pos de presas codiciables para alimentar la ficción en  ciernes y aplacar ese apetito voraz de toda historia que al crecer  quisiera tragarse todas las historias. Llegar a sentir el vértigo al que  nos conduce una novela en gestación, cuando toma forma y parece empezar  a vivir por cuenta propia, con personajes que se mueven, actúan,  piensan, sienten y exigen respeto y consideración, a los que ya no es  posible imponer arbitrariamente una conducta, ni privarlos de su libre  albedrío sin matarlos, sin que la historia pierda poder de persuasión,  es una experiencia que me sigue hechizando como la primera vez, tan  plena y vertiginosa como hacer el amor con la mujer amada días, semanas y  meses, sin cesar.Al hablar de la ficción, he hablado mucho de la novela y poco del  teatro, otra de sus formas excelsas. Una gran injusticia, desde luego.  El teatro fue mi primer amor, desde que, adolescente, vi en el Teatro  Segura, de Lima, La muerte de un viajante, de Arthur Miller,  espectáculo que me dejó traspasado de emoción y me precipitó a escribir  un drama con incas. Si en la Lima de los cincuenta hubiera habido un  movimiento teatral habría sido dramaturgo antes que novelista. No lo  había y eso debió orientarme cada vez más hacia la narrativa. Pero mi  amor por el teatro nunca cesó, dormitó acurrucado a la sombra de las  novelas, como una tentación y una nostalgia, sobre todo cuando veía  alguna pieza subyugante. A fines de los setenta, el recuerdo pertinaz de  una tía abuela centenaria, la Mamaé, que, en los últimos años de su  vida, cortó con la realidad circundante para refugiarse en los recuerdos  y la ficción, me sugirió una historia. Y sentí, de manera fatídica, que  aquella era una historia para el teatro, que sólo sobre un escenario  cobraría la animación y el esplendor de las ficciones logradas. La  escribí con el temblor excitado del principiante y gocé tanto viéndola  en escena, con Norma Aleandro en el papel de la heroína, que, desde  entonces, entre novela y novela, ensayo y ensayo, he reincidido varias  veces. Eso sí, nunca imaginé que, a mis setenta años, me subiría  (debería decir mejor me arrastraría) a un escenario a actuar. Esa  temeraria aventura me hizo vivir por primera vez en carne y hueso el  milagro que es, para alguien que se ha pasado la vida escribiendo  ficciones, encarnar por unas horas a un personaje de la fantasía, vivir  la ficción delante de un público. Nunca podré agradecer bastante a mis  queridos amigos, el director Joan Ollé y la actriz Aitana Sánchez Gijón,  haberme animado a compartir con ellos esa fantástica experiencia (pese  al pánico que la acompañó).La literatura es una representación falaz de la vida que, sin  embargo, nos ayuda a entenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en  el que nacimos, transcurrimos y morimos. Ella nos desagravia de los  reveses y frustraciones que nos inflige la vida verdadera y gracias a  ella desciframos, al menos parcialmente, el jeroglífico que suele ser la  existencia para la gran mayoría de los seres humanos, principalmente  aquellos que alentamos más dudas que certezas, y confesamos nuestra  perplejidad ante temas como la trascendencia, el destino individual y  colectivo, el alma, el sentido o el sinsentido de la historia, el más  acá y el más allá del conocimiento racional.Siempre me ha fascinado imaginar aquella incierta circunstancia en  que nuestros antepasados, apenas diferentes todavía del animal, recién  nacido el lenguaje que les permitía comunicarse, empezaron, en las  cavernas, en torno a las hogueras, en noches hirvientes de amenazas  –rayos, truenos, gruñidos de las fieras–, a inventar historias y a  contárselas. Aquel fue el momento crucial de nuestro destino, porque, en  esas rondas de seres primitivos suspensos por la voz y la fantasía del  contador, comenzó la civilización, el largo transcurrir que poco a poco  nos humanizaría y nos llevaría a inventar al individuo soberano y a  desgajarlo de la tribu, la ciencia, las artes, el derecho, la libertad, a  escrutar las entrañas de la naturaleza, del cuerpo humano, del espacio y  a viajar a las estrellas. Aquellos cuentos, fábulas, mitos, leyendas,  que resonaron por primera vez como una música nueva ante auditorios  intimidados por los misterios y peligros de un mundo donde todo era  desconocido y peligroso, debieron ser un baño refrescante, un remanso  para esos espíritus siempre en el quién vive, para los que existir  quería decir apenas comer, guarecerse de los elementos, matar y  fornicar. Desde que empezaron a soñar en colectividad, a compartir los  sueños, incitados por los contadores de cuentos, dejaron de estar atados  a la noria de la supervivencia, un remolino de quehaceres  embrutecedores, y su vida se volvió sueño, goce, fantasía y un designio  revolucionario: romper aquel confinamiento y cambiar y mejorar, una  lucha para aplacar aquellos deseos y ambiciones que en ellos azuzaban  las vidas figuradas, y la curiosidad por despejar las incógnitas de que  estaba constelado su entorno. Ese proceso nunca interrumpido se enriqueció cuando nació la  escritura y las historias, además de escucharse, pudieron leerse y  alcanzaron la permanencia que les confiere la literatura. Por eso, hay  que repetirlo sin tregua hasta convencer de ello a las nuevas  generaciones: la ficción es más que un entretenimiento, más que un  ejercicio intelectual que aguza la sensibilidad y despierta el espíritu  crítico. Es una necesidad imprescindible para que la civilización siga  existiendo, renovándose y conservando en nosotros lo mejor de lo humano.  Para que no retrocedamos a la barbarie de la incomunicación y la vida  no se reduzca al pragmatismo de los especialistas que ven las cosas en  profundidad pero ignoran lo que las rodea, precede y continúa. Para que  no pasemos de servirnos de las máquinas que inventamos a ser sus  sirvientes y esclavos. Y porque un mundo sin literatura sería un mundo  sin deseos ni ideales ni desacatos, un mundo de autómatas privados de lo  que hace que el ser humano sea de veras humano: la capacidad de salir  de sí mismo y mudarse en otro, en otros, modelados con la arcilla de  nuestros sueños.De la caverna al rascacielos, del garrote a las armas de destrucción  masiva, de la vida tautológica de la tribu a la era de la globalización,  las ficciones de la literatura han multiplicado las experiencias  humanas, impidiendo que hombres y mujeres sucumbamos al letargo, al  ensimismamiento, a la resignación. Nada ha sembrado tanto la inquietud,  removido tanto la imaginación y los deseos, como esa vida de mentiras  que añadimos a la que tenemos gracias a la literatura para protagonizar  las grandes aventuras, las grandes pasiones, que la vida verdadera nunca  nos dará. Las mentiras de la literatura se vuelven verdades a través de  nosotros, los lectores transformados, contaminados de anhelos y, por  culpa de la ficción, en permanente entredicho con la mediocre realidad.  Hechicería que, al ilusionarnos con tener lo que no tenemos, ser lo que  no somos, acceder a esa imposible existencia donde, como dioses paganos,  nos sentimos terrenales y eternos a la vez, la literatura introduce en  nuestros espíritus la inconformidad y la rebeldía, que están detrás de  todas las hazañas que han contribuido a disminuir la violencia en las  relaciones humanas. A disminuir la violencia, no a acabar con ella.  Porque la nuestra será siempre, por fortuna, una historia inconclusa.  Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz  manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera,  de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo  imposible.

Estocolmo, 7 de diciembre de 2010.

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          Video Nobel de la Conferencia a cargo de Mario Vargas Llosa http://nobelprize.org/mediaplayer/index.php?id=1416 Mario  Vargas Llosa pronunció su discurso del Premio Nobel, 7 de diciembre de  2010, en la Academia sueca, Estocolmo. Fue presentado por Peter Englund,  secretario permanente de la Academia Sueca. La conferencia se impartió  en español. Créditos: Sveriges Television AB (de producción)



http://nobelprize.org/mediaplayer/index.php?id=1415



Discurso de Ceremonia del PremioDiscurso de presentación por Wästberg, escritor, miembro de la Sueco Academia, Presidente del Comité del Premio Nobel de Literatura, 10 de diciembre de 2010.



Por  Wästberg pronunciar el discurso de presentación para el Premio Nobel de  Literatura 2010 en la Sala de Conciertos de Estocolmo.

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Foto: Anna B. Andersson

"Sus Majestades, Sus Altezas Reales, estimados Galardonados, Señoras y Señores,

         El escritor Mario Vargas Llosa ha dado forma a nuestra imagen de  América del Sur y tiene su propio capítulo en la historia de la  literatura contemporánea. En sus primeros años, fue un renovador de la  novela, hoy, un poeta épico, no sólo de estatura de América Latina. Su  gran abrazo envuelve todos los géneros literarios.

Es difícil de clasificar. Desde la ciudad de la provincia de  Arequipa en el Perú surgió: un ciudadano del mundo, un marxista  transformado por fechorías de Castro en un liberal, un candidato  presidencial perder después de aparecer en los sellos postales de su  país, un poeta épico e historiador, escritor satírico uno, un eroticist ,  ensayista y columnista de abordar los temas más - incluido el fútbol y  el miedo a volar. Como periodista de focos del mundo, recuerda Graham  Greene.

Vargas Llosa nos ha llevado a través de ambientes familiares con  una autoridad que otorga la autenticidad de un explorador del siglo 19.  Que vincula la tradición narrativa de Balzac y Tolstoi a los  experimentos modernistas de William Faulkner.

La rebelión contra un padre autoritario provocó una oposición  contra la circunstancia que se extendía en una escapada joven a la  literatura y la imaginación. El rebelde sigue siendo su protagonista -  también en las formas de Flora Tristán y su nieto Paul Gauguin, la lucha  contra las convenciones de su época, o el irlandés Roger Casement, que,  en una nueva novela de Vargas Llosa, expone la esclavitud en el Congo  de Leopoldo II. Nótese bien, La rebelión tiene éxito sólo en  forma narrativa, siempre y cuando los padres tiránicos existen en  nuestras vidas y las sociedades, la revuelta sigue siendo permanente.

Vargas Llosa utiliza la ficción para penetrar las cubiertas del  poder y explorar las obsesiones de sus explotadores. Las salas de  internados y de los pasillos de las administraciones de pie contra los  habitantes indomable al aire libre, aunque esto último pocas veces el  triunfo al desafiar la regulación y la imposición. Historia aplasta  cifras de Vargas Llosa, pero no su conciencia.

En América Latina, los escritores se encargan de la obligación  moral de no colaborar en la injusticia. Pero la demanda de compromiso  puede paralizar el deseo y la imaginación. las novelas de Vargas Llosa  no someterse a imposición, sino que son polifónicos y abierto a la  interpretación, haciendo hincapié en la diversidad de los modelos  sociales y étnicas de América Latina. Se da voz a los silenciados y  oprimidos - una hazaña estética y un acto ético. Él tiene un interés sin  reservas en las personas - desde presidentes a las prostitutas - y nada  le es ajeno, de la arrogancia de los estadistas más sutiles tramas del  amor.

En su picaresca oscuro, La Guerra del Fin del Mundo,  Vargas Llosa está fascinado por los fanáticos y su visión del mundo. Un  profeta prevé el fin del mundo en 1900 y reúne un ejército de  inadaptados lamentable que frustra las fuerzas militares de Brasil. Otro  fanático, Mayta en La vida real de Alejandro Mayta, Es un  cuarterón indios en una secta de izquierda de metro, idealista, primero,  y luego de terrorismo en un Perú al borde de la desintegración. Se  trata de una confrontación con el romanticismo revolucionario juvenil. Y  es que el fango de abismos sociales y políticas que Vargas Llosa nos ha  llevado, con agilidad lingüística sereno, desde sus primeras novelas, La ciudad y los perros y La Casa Verde.

finales de la novela de Vargas Llosa sobre el abuso de poder, La fiesta del chivo,  Representa tirano de la República Dominicana, Trujillo. El servilismo y  el despotismo son retratados con una intensidad brutal, los horrores  equilibrada por la compasión y la humanidad. Entre el detalle curioso es  la revelación de que el dictador coaccionado poetas del país a petición  de la Academia Sueca de conceder a su esposa apenas aprendió el Premio  Nobel de Literatura.



Vargas Llosa tiene un ojo de la locura de la inocencia y el  letargo del mal. Es inusual en su capacidad para representar la amistad  de los hombres, así como penalism sádica y la vanidad jerárquica.  Prefiere los compromisos de sentido común a las utopías radicales. En su  libro sobre Flaubert, Vargas Llosa desarma afirma que él y Emma Bovary  tienen en común "nuestro gusto por los placeres de la carne y no del  alma, nuestro respeto para los sentidos y los instintos, nuestra  preferencia por esta vida terrenal por encima de todo".

Él escribe de amor y su ausencia, de la seducción de la  violencia y el triunfo de la justicia rara. En sus espectáculos eróticos  que es un rufián lúdico sin miedo a la burla de sí mismo. O, como él lo  expresó: ". No hay gran arte sin una medida de la locura, ya que el  gran arte expresa la totalidad de la experiencia humana, donde la  intuición, la obsesión, la locura y la fantasía que desempeñen su papel  al igual que las ideas no"

Vargas Llosa cree en la fuerza de la literatura. Sin la  literatura no habría posibilidades de interpretación de la humanidad y  lugares escondidos. Es un baluarte contra los prejuicios, el racismo y  el nacionalismo intolerante, ya que en todos la gran literatura, los  hombres y mujeres de todo el mundo son igual de vivo. Es más difícil de  suprimir un pueblo que lee mucho.

Así que él ha luchado por la libertad de expresión y los  derechos humanos, independientemente de la geografía, y lo ha hecho con  una pasión por la libertad y con valentía política y el sentido común -  estos no siempre en armonía en los escritores importantes. En una época  de narcisismo tedioso que es lo que Zola, André Gide y Camus encarnado: un ejemplo y referente de una.

Mi querido Mario Vargas Llosa, que ha encapsulado la historia  del siglo 20 en una burbuja de la imaginación. Se ha flotado en el aire  durante 50 años y todavía brilla. La Academia Sueca lo felicita. Por  favor, un paso adelante para recibir este año el Premio Nobel de  Literatura de la mano de Su Majestad el Rey.

Estimado Mario Vargas Llosa! Usted ha encapsulado la Historia de  la Sociedad del Siglo Veinte es una burbuja de imaginación. This sí ha  mantenido Flotando En el aire durante cincuenta y un  años todavia reluce. La  Academia Sueca le Felicita. ¡Acérquese y reciba El Premio Nobel de  Literatura de este año de la mano de Su Majestad el Rey!"                                                                                                     Copyright © La Fundación Nobel 2010



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BIOGRAFIA



Jorge Mario Pedro Vargas Llosa nació un domingo 28 de marzo de 1936 en la ciudad de Arequipa (Perú). Sus padres,  Ernesto Vargas Maldonado y  Dora Llosa Ureta, ya estaban separados cuando vino al mundo y no conocería a su progenitor hasta los diez años de edad.  Estudia la primaria hasta el cuarto año en el Colegio La Salle de Cochabamba en Bolivia. En 1945 su familia vuelve al Perú y se instala en la ciudad de Piura, donde cursa el quinto grado en el Colegio Salesiano de esa ciudad. Culmina su educación primaria en Lima e inicia la secundaria en el Colegio La Salle.  El reencuentro con su padre significa un cambio en la formación del adolescente, que ingresa al Colegio Militar Leoncio Prado de Lima, en el cual sólo estudia el tercer y cuarto año; sin embargo, termina la secundaria en el Colegio San Miguel de Piura.   En 1953 regresa a Lima. Ingresa a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde estudia Letras y Derecho. Su opción no fue aceptada por su padre, por lo que fue una etapa sumamente difícil, más aún cuando a los dieciocho años decide contraer matrimonio con su tía política Julia Urquidi, lo que aumentó sus urgencias económicas. Paralelamente a sus estudios desempeña hasta siete trabajos diferentes: redactar noticias en Radio Central (hoy Radio Panamericana), fichar libros y revisar los nombres de las tumbas de un cementerio, son algunos de ellos. Sin embargo, sus ingresos totales apenas le permitían subsistir.  En 1959 parte rumbo a España gracias a la beca de estudios "Javier Prado" para hacer un doctorado en la Universidad Complutense de Madrid; así, obtiene el título de Doctor en Filosofía y Letras. Luego de un año se instala en París.  Al principio su vida en la ciudad de la luz transcurre entre la escasez y la angustia por sobrevivir, por lo que acepta trabajos que, o bien lo mantenían en contacto con su idioma a través de la enseñanza (fue profesor de español en la Escuela Berlitz), o le permitían trabar amistades literarias, como cuando fue locutor en la ORTF francesa o periodista en la sección española de France Presse.  Los esfuerzos por llevar a cabo su vocación literaria dan su primer fruto cuando su primera publicación, un conjunto de cuentos publicados en 1959 con el título Los jefes, obtiene el premio Leopoldo Arias. Anteriormente había escrito una obra de teatro, el drama La huída del Inca.  En 1964 regresa al Perú, se divorcia de Julia Urquidi y realiza su segundo viaje a la selva donde recoge material sobre el Amazonas y sus habitantes.  Viaja a La Habana en 1965, donde forma parte del jurado de los Premios Casa de las Américas y del Consejo de Redacción de la revista Casa de las Américas; hasta que el caso Padilla marca su distanciamiento definitivo de la revolución cubana en 1971.  En 1965 se casa con Patricia Llosa. De la unión nacen Álvaro (1966), Gonzalo (1967) y Morgana (1974). En 1967 trabaja como traductor para la UNESCO en Grecia, junto a Julio Cortázar; hasta 1974 su vida y la de su familia transcurre en Europa, residiendo alternadamente en París, Londres y Barcelona.  En Perú, su trayectoria sigue siendo fructífera. En 1981 fue conductor del programa televisivo La Torre de Babel, transmitido por Panamericana Televisión; en 1983, a pedido expreso del presidente Fernando Belaúnde Terry, preside la Comisión Investigadora del caso Uchuraccay para averiguar sobre el asesinato de ocho periodistas.  En el ´87 se perfila como líder político al mando del Movimiento Libertad, que se opone a la estatización de la banca que proponía el entonces presidente de la República Alan García Pérez.  El año 1990 participa como candidato a la presidencia de la República por el Frente Democrático-FREDEMO. Luego de dos peleados procesos electorales (primera y segunda vuelta), pierde las elecciones y regresa a Londres, donde retoma su actividad literaria.  En marzo de 1993 obtiene la nacionalidad española, sin renunciar a la nacionalidad peruana.   En la actualidad colabora en el diario El País (Madrid, España, Serie Piedra de toque) y con la revista cultural mensual Letras Libres (México D.F., México y Madrid, España, Serie Extemporáneos).  Los méritos y reconocimientos lo acompañan a lo largo de su carrera. En 1975 es nombrado miembro de la Academia Peruana de la Lengua y en 1976 es elegido Presidente del Pen Club Internacional. En 1994 es designado como miembro de la Real Academia Española.  Asimismo,  ha sido Profesor Visitante o Escritor Residente en varias universidades  alrededor del mundo, como en el Queen Mary College y en el King´s College de la  Universidad de Londres, en la Universidad de Cambridge y en el Scottish Arts Council (Inglaterra); en el Washington State, en la Universidad de Columbia, en  el Woodrow Wilson International Center for Scholars del Smithsonian  Institution, en la Universidad Internacional de Florida, en la Universidad de Harvard,  en la Universidad de Siracusa, en la Universidad de Princeton y en la  Universidad de Georgetown (Estados Unidos); en la Universidad de Puerto Rico en Río  Piedras (Puerto Rico); en el Wissenschaftskolleg y en la Deutscher Akademischer Austauschdienst (Berlín, Alemania), en la Universidad de Oxford, en la  Universidad Internacional Menéndez Pelayo (Santander, España), en la  Universidad Rey Juan Carlos (Aranjuez, España); entre otras.   Por otro lado, ha participado como jurado en los siguientes eventos:  "Premios Casa de las Américas", La Habana, Cuba (1965); "Festival de Cine Iberoamericano de Huelva" (1995), donde ocupa el cargo de Presidente del Jurado; "Premio Miguel de Cervantes", España (1998 y 1999); y "ECHO Television & Radio Awards" (1998); "Festival Internacional de Cine de San Sebastián", España (2004), donde ocupa el cargo de Presidente del Jurado.



OBRAS

Las siguientes obras forman parte de su vasta producción literaria:   La huída del Inca, pieza de teatro (1952); El desafío, relato (1957); Los jefes, colección de cuentos (1959); La ciudad y los perros, novela (1963); La casa verde, novela (1966); Los cachorros, relato (1967); Conversación en La Catedral, novela (1969); Carta de batalla por Tirant lo Blanc, prólogo a la novela de Joanot Martorell (1969); Historia secreta de una novela, ensayo (1969); García Márquez: historia de un deicidio, ensayo literario (1971); Pantaleón y las visitadoras, novela (1973); La orgía perpetua: Flaubert y Madame Bovary, ensayo literario (1975); La tía Julia y el escribidor, novela (1977); La señorita de Tacna, teatro (1981); La guerra del fin del mundo, novela (1981); Entre Sartre y Camus, ensayos (1981); Kathie y el hipopótamo, teatro (1983); Contra viento y marea, ensayos políticos y literarios (1983); Historia de Mayta, novela (1984); La suntuosa abundancia, ensayo sobre Fernando Botero (1984); Contra viento y marea, volúmenes I (1962-1972) y II (1972-1983), (1986); La Chunga, teatro (1986); ¿Quién mató a Palomino Molero?, novela policial (1986); El hablador, novela (1987); Elogio de la madrastra, novela (1988); Contra viento y marea, volumen III (1983-1990), (1990); La verdad de las mentiras, ensayos literarios (1990); A Writer's Reality, colección de conferencias dictadas en la Universidad de Siracusa (1991); Un hombre triste y feroz, ensayo sobre George Grosz (1992); El pez en el agua, memorias (1993); El loco de los balcones, teatro (1993); Lituma en los Andes, novela (1993); Desafíos a la libertad, ensayos sobre la cultura de la libertad (1994); Ojos bonitos, cuadros feos, obra dramática para radio (1994); La utopía arcaica, José María Arguedas y las ficciones del indigenismo, ensayo (1996); Making Waves, selección de ensayos de Contra viento y marea, publicado sólo en inglés (1996); Los cuadernos de don Rigoberto, novela (1997); Cartas a un joven novelista, ensayo literario (1997); La fiesta del Chivo, novela (2000); Nationalismus als neue Bedrohung, selección de ensayos políticos, publicado sólo en alemán (2000); El lenguaje de la pasión, selección de artículos de la serie Piedra de toque  (2001); El paraíso en la otra esquina, novela (2003); Diario de Irak, selección de artículos sobre la guerra en Irak (2003); La tentación de lo imposible, ensayo sobre Los Miserables de Victor Hugo (2004); Un demi-siècle avec Borges, entrevista y ensayos sobre Borges, publicado sólo en francés (2004); Mario Vargas Llosa. Obras Completas, Vol. III Novelas y Teatro (1981-1986), (2005); Dictionnaire amoureux de l'Amérique latine,  ensayos publicado solo en francés, (2005); Israel/Palestina. Paz o guerra santa, recopilación de artículos, (2006); Travesuras de la niña mala, novela, (2006); Odiseo y Penélope, teatro (2007);  Diálogo de damas, poemas relacionados con las esculturas de Manolo Valdés, Aeropuerto Barajas de Madrid (2007); Touchtones. Essays on Literature, Art and Politics, ensayos publicados en inglés (2007); Wellsprings, conferencias y ensayos publicados en inglés (2008); Al pie del Támesis, teatro (2008); El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti, ensayo (2008); Sables y utopías. Visiones de América Latina, selección de ensayos sobre temas de arte literatura y política (2009); Las mil noches y una noche, teatro (2009); Fonchito y la luna, cuento infantil (2010) y El sueño del celta, novela (2010).  Sus  obras han sido   traducidos al francés, italiano, portugués, catalán, inglés, alemán,  holandés,   polaco, rumano, húngaro, búlgaro, checo, ruso, lituano, estonio,  eslovaco,   ucraniano, esloveno, croata, sueco, noruego, danés, finés,  islandés,   griego, hebreo, turco, árabe, japonés, chino, coreano, malayo,  cingalés, serbio, letón, bosnio, georgiano, Bahasa, indonesio,  Malayalam, macedonio, Sinhala, hindi, vietnamita, estonio y gallego.



Sitio oficial

http://www.mvargasllosa.com/crono.htm







Nostromo - Mario Vargas Llosahttp://www.rtve.es/mediateca/videos/20101014/nostromo-13-10-10-mario-vargas-llosa/902119.shtml  14-10-2010Nostromo ofrece un programa especial sobre Mario Vargas Llosa, recientemente galardonado con el premio Nobel de Literatura. En esta entrevista en profundidad el autor hace un repaso por toda su obra, sus técnicas de escritura y su pasión como lector, además de reflexionar sobre su compromiso social.Nostromo  ofrece además una serie de reportajes que completan un retrato  poliédrico de este autor imprescindible en los que participan, entre  otros, su hijo Álvaro Vargas Llosa, su amigo Juan Luis Cebrián, su editor Toni Munné, el crítico Ignacio Echevarría o el escritor peruano Santiago Roncagliolo.

Página 2   Entrevistas - Mario Vargas Llosa habla de toda su obraEl escritor peruano Mario  Vargas Llosa nos habla del conjunto de su obra en una entrevista



 http://www.rtve.es/mediateca/videos/20080915/mario-vargas-llosa-habla-toda-su-obra/287690.shtml



 Enlaces sobre el autor:http://es.wikipedia.org/wiki/Mario_Vargas_Llosa

http://www.elpais.com/especial/mario-vargas-llosa/

http://blog.cervantesvirtual.com/mario-vargas-llosa-en-la-cervantes/

http://www.papelenblanco.com/fichas/escritores-de-habla-hispana/mario-vargas-llosa#



Sitio oficial

http://www.mvargasllosa.com/crono.htm


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Publicado por  susamartin  para  arteletras  el  12/27/2010 01:13:00 PM

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