miércoles, 16 de noviembre de 2011

Rajiv Chandrasekaran

Rajiv Chandrasekaran

Rajiv Chandrasekaran at the 2007 Brooklyn Book Festival.

Rajiv Chandrasekaran (Tamil: ரஜீவ் சந்திரசேகரன்) is an Indian-American journalist. He is currently the National Editor of The Washington Post, where he has worked since 1994. Originally from the San Francisco Bay area, Chandrasekaran holds a degree in political science from Stanford University, where he was editor-in-chief of The Stanford Daily.

At The Post he has served as bureau chief in Baghdad, Cairo, and Southeast Asia, and as a correspondent covering the war in Afghanistan. In 2004, he was journalist-in-residence at the Johns Hopkins University School of Advanced International Studies, and a public policy scholar at the Woodrow Wilson International Center for Scholars.

His first book is Imperial Life in the Emerald City: Inside Iraq's Green Zone published in 2006, which won the 2007 Samuel Johnson Prize and was a finalist for the 2006 National Book Awards for non-fiction. The film Green Zone (2010) is "credited as having been 'inspired by" the book.

[edit] References

[edit] Bibliography

[edit] External links


Agamenon

Agamenón

De Wikipedia, la enciclopedia libre
Para otros usos de este término, véase Agamenón (desambiguación).
La llamada «Máscara de Agamenón». Descubierta por Heinrich Schliemann en 1876 en Micenas. Se desconoce si representa a un individuo, y a quién.

Agamenón (en griego antiguo Ἀγαμέμνων Agamémnôn, 'muy resuelto', 'obstinado') es uno de los más distinguidos héroes de la mitología griega cuyas aventuras se narran en la Ilíada de Homero. Hijo del rey Atreo de Micenas y de la reina Aérope, y hermano de Menelao, no está claro debido a la antigüedad de las fuentes si es un personaje histórico o puramente mítico.

Contenido

[editar] Mitos

[editar] Juventud

Homero y varios otros escritores llaman a Agamenón hijo de Atreo, nieto de Pélope y bisnieto de Tántalo,[1] [2] aunque otros autores le consideran hijo de Plístenes y nieto de Atreo, en cuya casa Menelao y él habrían sido educados tras la muerte de su padre.[3] [4] Su madre fue según la mayoría de las fuentes Aérope, pero algunas nombran a Erífile como esposa de Plístenes y madre de Agamenón. Aparte de su hermano Menelao, tenía una hermana llamada Anaxibia, Cindrágora o Astíoque.[4] [5]

Agamenón y Menelao fueron criados junto con Egisto, el hijo de Tiestes, en la casa de Atreo. Cuando se hicieron adultos Atreo envió a Agamenón y Menelao a buscar a Tiestes. Le hallaron en Delfos y le llevaron ante Atreo, quien le arrojó a una mazmorra. Acto seguido se ordenó a Egisto que le matase, pero éste, reconociendo a su padre, se abstuvo de tan cruel acto, mató a Atreo y, tras haber expulsado a Agamenón y Menelao, ocupó junto con su padre el trono de Micenas.[6] Los dos hermanos deambularon durante un tiempo hasta llegar al fin a Esparta, donde Agamenón se casó con Clitemnestra, la hija de Tindáreo, con quien fue padre de Ifianasa (Ifigenia), Crisótemis, Laódice (Electra) y Orestes,[7] y Menelao con Helena.

La forma en la que Agamenón volvió al reino de Micenas difiere según las fuentes. En Homero parece que sucediese pacíficamente a Tiestes,[8] [9] mientras según otros le expulsó, usurpando su trono.[10] Tras convertirse en rey de Micenas, conquistó Sición asumiendo su reinado y se convirtió en el príncipe más poderoso de Grecia.[11] En la Ilíada se da un catálogo de sus dominios.[12] [13] [14] Cuando Homero atribuye a Agamenón la soberanía sobre toda Argos,[8] alude este nombre aquí al Peloponeso o a su mayor parte, pues la ciudad de Argos era gobernada por Diomedes.[12] Estrabón también ha señalado que el nombre Argos era usado a veces por los poetas trágicos como sinónimo de Micenas.[13]

[editar] La Guerra de Troya

Artículo principal: Guerra de Troya

Cuando Paris, el hijo de Príamo, se llevó a Helena, todos los caudillos aqueos fueron convocados para organizar un ataque contra Troya.[15] Los jefes se reunieron en el palacio de Diomedes en Argos, donde Agamenón fue elegido comandante en jefe, bien como consecuencia de su mayor poder,[16] [14] bien porque se ganó el favor de la asamblea mediante ricos presentes.[17]

Tras dos años de preparativos, el ejército y la flota griegas se reunieron en el puerto de Áulide en Beocia. Agamenón había consultado previamente el oráculo sobre el asunto de la empresa y la respuesta dada fue que la guerra se desataría en el momento en el que los más distinguidos entre los griegos (Aquiles y Odiseo) riñesen.[18] Una profecía parecida provino de un acontecimiento maravilloso que ocurrió mientras los griegos estaban reunidos en Áulide: cuando se ofrecía un sacrificio bajo las ramas de un árbol, un dragón salió reptando de debajo y devoró un nido del árbol conteniendo ocho polluelos y su madre. Calcante interpretó la señal como indicativa de que los griegos debían partir a luchar contra Troya durante nueve años, pero al décimo la ciudad caería.[19] Esquilo relata un milagro diferente presagiando lo mismo.[20] Otro suceso interesante ocurrió mientras los griegos estaban reunidos en Áulide: se dice que Agamenón mató un ciervo que estaba consagrado a Artemisa, provocando además la cólera de la diosa con palabras irreverentes, por lo que ésta envió sobre el ejército griego una peste y produjo una calma absoluta, de forma que los griegos no podían abandonar el puerto por falta de viento. Cuando los videntes declararon que la ira de la diosa no podría ser aplacada a menos que Ifigenia, la hija de Agamenón, le fuese ofrecida como sacrificio compensatorio, Diomedes y Odiseo fueron enviados a buscarla al campamento con el pretexto de que debía desposar a Aquiles. Ella accedió a acompañarles, pero en el momento en que iba a ser sacrificada fue llevada por la propia Artemisa (según otras fuentes por Aquiles) a Táuride, y otra víctima ocupó su lugar.[2] [21] [17] Tras esto cesó la calma y el ejército partió hacia la costa de Troya. Sólo Agamenón tenía un centenar de barcos, además de los sesenta que había prestado a los arcadios.[22]

En el décimo año del sitio de Troya —que es en el que comienza La Ilíada— Agamenón se halla envuelto en una disputa con Aquiles por la posesión de Briseida, que éste fue obligado a ceder a Agamenón. Aquiles se retira del campo de batalla, y los griegos son víctimas de varios desastres.[23] Zeus envió un sueño a Agamenón para persuadirle de liderar a los griegos en la batalla contra los troyanos.[24] El rey, para poner a prueba a los griegos, les ordenó volver a casa, lo que cumplieron de buena gana, hasta que su coraje fue reavivado por Odiseo, quien los persuadió a prepararse para la batalla.[25] A un combate individual entre Paris y Menelao siguió una batalla en la que Agamenón mató a varios de los troyanos. Cuando Héctor desafió al más bravo de los griegos, Agamenón se ofreció a luchar contra él, pero Áyax fue elegido en su lugar por sorteo. Poco después de esto tuvo lugar otra batalla en la que los griegos fueron derrotados[26] y Agamenón, abatido, les aconsejó emprender la huida y regresar a casa,[27] pero los demás héroes se opusieron. Un intento de reconciliación con Aquiles fracasó, y Agamenón convocó a los jefes por la noche para deliberar sobre las medidas a adoptar.[28] Odiseo y Diomedes fueron enviados como espías, y al día siguiente se retomó la contienda con los troyanos. El propio Agamenón volvió a ser uno de los más bravos y mató muchos enemigos con sus mismas manos. Al final, sin embargo, fue herido por Coón y obligado a retirarse a su tienda.[29] Héctor avanzó entonces victoriosamente, y Agamenón aconsejó de nuevo a los griegos que se salvasen huyendo.[30] Pero Odiseo y Diomedes se resistieron otra vez, y el segundo le convenció para regresar a la batalla que se libraba cerca de los barcos. Poseidón también se apareció a Agamenón con la forma de un anciano y le inspiró nuevo coraje.[31] El apremiante peligro de los griegos indujo al fin a Patroclo, el amigo de Aquiles, a tomar parte enérgicamente en la batalla, y su muerte provocó que éste volviese a la acción, llevando a su reconciliación con Agamenón. En los juegos en honor de Patroclo, Agamenón ganó el primer premio en el lanzamiento de lanza.[32]

Agamenón, a pesar de ser el comandante en jefe de los griegos, no es el héroe de la Ilíada, y en espíritu caballeroso, bravura y carácter es en conjunto inferior a Aquiles. Pero a pesar de ello está por encima de todos los griegos por su dignidad, poder y majestad,[33] y sus ojos y cabeza son como los de Zeus, su faja como la de Ares y su pecho el de Poseidón.[34] Agamenón es entre los héroes griegos lo que Zeus entre los dioses del Olimpo. Esta idea parece haber guiado a los artistas griegos, pues en varias representaciones de Agamenón aún conservadas hay una reseñable parecido con las representaciones de Zeus. El emblema de su poder y majestad en Homero es un cetro, obra de Hefesto, que Zeus había dado a Hermes y éste a Pélope, de quien descendió hasta Agamenón.[35] [9] Su armadura se describe en la Ilíada.[36]

[editar] Regreso a Grecia

El regreso de Agamenón, ilustración de 1879 para las Stories from the Greek Tragedians de Alfred Church.
El asesinato de Agamenón, ilustración de 1879 para las Stories from the Greek Tragedians de Alfred Church.

Tras la captura de Troya, Agamenón recibió a Casandra, hija de Príamo y profetisa condenada, como botín,[37] con quien, según una tradición recogida por Pausanias,[38] tuvo dos hijos, Teledamo y Pélope.

En su regreso a casa fue desviado dos veces de su rumbo por las tormentas, pero al fin tomó tierra en la Argólida, bajo el dominio de Egisto, quien había seducido a Clitemnestra durante la ausencia de su marido. Éste invitó a Agamenón a su llegada a un banquete, en el que le mató a traición junto con sus compañeros,[39] [6] y en la misma ocasión Clitemnestra asesinó a Casandra.[40] Odiseo se encontró con la sombra de Agamenón en el inframundo.[41] Menelao erigió un monumento en honor de su hermano en el río Egipto.[42] Pausanias afirma que en su época existía aún un monumento a Agamenón en Micenas.[38]

Los poetas trágicos han modificado ampliamente la historia del asesinato de Agamenón. Esquilo hacía que Clitemnestra sola asesinase a Agamenón: arrojaba una red sobre él mientras tomaba un baño y le mataba de tres golpes.[43] Sus motivos eran en parte los celos por Casandra y en parte su vida adúltera con Egisto. Según Tzetzes Egisto cometió el asesinato con la ayuda de Clitemnestra.[44] Eurípides menciona un ropaje que Clitemnestra arrojó sobre él en lugar de una red,[45] y tanto Sófocles[46] como él presentan el sacrificio de Ifigenia como la razón por la que le asesinaba. Tras la muerte de Agamenón y Casandra, sus dos hijos fueron asesinados sobre la tumba de ambos por Egisto.[38] Según Píndaro el asesinato de Agamenón tuvo lugar en Amiclas, en Laconia,[47] y Pausanias relata que los habitantes de este lugar se disputaban con los de Micenas la posesión de la tumba de Casandra.[48]

[editar] Otras historias

Ateneo cuenta la historia de Argino, un erómeno de Agamenón: «Agamenón amó a Argino, cuenta la historia, tras haberle visto nadando en el río Cefiso, en el que de hecho perdió su vida (pues se bañaba constantemente en este río), y Agamenón le enterró y fundó allí un templo de Afrodita Arginis.»[49] Este episodio también fue recogido por Clemente de Alejandría[50] y Estéfano de Bizancio con leves variaciones.

Varios poetas latinos mencionan a un hijo bastardo de Agamenón, llamado Haleso, a quien se atribuye la fundación de la ciudad de Falisci o Alesia.[51] Haleso fue el boyero de Agamenón durante la Guerra de Troya y luchó más tarde con Eneas en Italia.

[editar] Representaciones

En épocas posteriores se erigieron estatuas de Agamenón en varios lugares de Grecia, y fue adorado como un héroe en Amiclas y Olimpia.[48] [52] Fue representado sobre el pedestal de la célebre Némesis Ramnusia[53] y su lucha con Coón sobre el cofre de Cípselo.[54] Fue pintado en el lesque de Delfos por Polignoto.[55]

La famosa Máscara de Agamenón no corresponde a este personaje, pues según los arqueólogos es tres siglos anterior. Pero su descubridor la llamó así, y con tal nombre es conocida todavía hoy.

[editar] Otros usos

  1. Agamenón es un epíteto de Zeus, bajo el que era adorado en Esparta.[56] Eustacio afirma que el dios derivó este nombre del parecido entre él y Agamenón, mientras otros creen que es simple epíteto que significa 'Eterno', de ἀγὰν y μένων.

[editar] Véase también

[editar] Véase también HMS Agamenón, barco favorito del almirante Nelson

HMS Agamemnon fue un navío de 64 cañones de tercera categoría de la línea de la Royal Navy. Este barco entró en servicio en las siguientes revoluciones: de América, la revolución francesa y en las guerras Napoleónicas. Además luchó en muchas de las grandes batallas navales de esos conflictos. Es recordado como barco favorito de Nelson, y fue nombrado después del mítico rey griego Agamenón antiguos, siendo el primer buque de la Royal Navy en llevar el nombre.

El futuro almirante Nelson sirvió como capitán de Agamenón partir de enero de 1793 por 3 años y 3 meses, tiempo durante el cual estuvo en servicio considerables en el Mediterráneo. Después de la salida de Nelson, participó en la infame 1797 motines en Spithead y Nore, y en 1801 estuvo presente en la primera Batalla de Copenhague, pero encalló antes de poder entrar en la acción. A pesar del cariño de Nelson para el buque, que estaba a menudo en necesidad de reparación y montaje, y probablemente habría sido hulked o desecharse, en 1802 hubo la guerra con Francia no se reanudó.

Agamenón luchó en la Batalla de Trafalgar el 21 de octubre de 1805, como parte de la columna de Nelson, el clima, donde se forzó la rendición de los españoles de cuatro pisos Santísima Trinidad. La carrera posterior de Agamenón fue servido en las aguas del sur de América frente a Brasil. Su menudo gastados y mal estado contribuyó a su naufragar cuando en junio 1809 se funda en un banco desconocido en la desembocadura del Río de la Plata, frente a la isla Gorriti, frente a las costas de la ciudad Punta del Este, Uruguay.

[editar] Bibliografía

[editar] Notas

  1. Homero, Ilíada xi.131; Eurípides, Helena 396; Tzetzes, Sobre Licofrón 147.
  2. a b Higino, Fábulas 97, 98.
  3. Apolodoro iii.2§2; escolio sobre la Ilíada, ii.249.
  4. a b Escolio sobre el Orestes de Eurípides 5.
  5. Higino, Fábulas 17.
  6. a b Para más detalles, véase «Egisto».
  7. Homero, Ilíada ix.145, con la nota de Eustacio; Lucrecio i.86.
  8. a b Homero, Ilíada ii.108.
  9. a b Pausanias ix.40§6.
  10. Esquilo, Agamenón 1605.
  11. Pausanias ii.6§4.
  12. a b Homero, Ilíada ii.569 y sig.
  13. a b Estrabón viii.377.
  14. a b Tucídides i.9.
  15. Homero, Odisea xxiv.115.
  16. Eustacio, Sobre la Ilíada ii.108.
  17. a b Dictis Cretense i.15, 16.
  18. Homero, Odisea viii.80.
  19. Homero, Ilíada ii.303 y sig.
  20. Esquilo, Agamenón 110 y sig.
  21. Eurípides, Ifigenia en Áulide 90, Ifigenia en Táuride 15; Sófocles, Electra 565; Píndaro, Píticas xi.35; Ovidio, Las metamorfosis xii.31; escolio sobre Licofrón 183; Antonino Liberal 27.
  22. Homero, Ilíada ii.576, 612.
  23. Para más detalles, véase «Aquiles».
  24. Homero, Ilíada ii.8 y sig.
  25. Homero, Ilíada ii.55 y sig.
  26. Homero, Ilíada viii.
  27. Homero, Ilíada ix.10.
  28. Homero, Ilíada x.1 y sig.
  29. Homero, Ilíada xi.250 y sig.
  30. Homero, Ilíada xiv.75 y sig.
  31. Homero, Ilíada xiv.125 y sig.
  32. Homero, Ilíada xxiii.890 y sig.
  33. Homero, Ilíada iii.166 y sig.
  34. Homero, Ilíada ii.477 y sig.
  35. Homero, Ilíada ii.100 y sig.
  36. Homero, Ilíada xi.19 y sig.
  37. Homero, Odisea xi.421; Dictis de Creta v.13.
  38. a b c Pausanias ii.16§5.
  39. Homero, Odisea iii.263.
  40. Homero, Odisea xi.400 y sig., 422, xxiv.96 y sig.
  41. Homero, Odisea xi.387, xxiv.20.
  42. Homero, Odisea iv.584.
  43. Esquilo, Agamenón 1492 y sig.
  44. Tzetzes, Sobre Licofrón 1099.
  45. Eurípides, Orestes 26.
  46. Sófocles, Electra 530.
  47. Píndaro, Píticas xi.48.
  48. a b Pausanias iii.19§5.
  49. Ateneo, Deipnosofistas, Libro XIII: Sobre las mujeres, p.3.
  50. Clemente de Alejandría, Protrepticus ii.38.2.
  51. Ovidio, Fastos iv.73; Amores iii. 13. 31; comp. Servio, Sobre la Eneida vii. 695; Silio Itálico viii. 476.
  52. Pausanias v.25§5.
  53. Pausanias i.33§7.
  54. Pausanias v.19§1.
  55. Pausanias x.25§2; com­p. Plinio, Naturalis Historia xxxv.36§5; Quintiliano ii.13§13; Valerio Máximo viii.11§6.
  56. Licofrón 335, con el escolio; Eustacio, Sobre la Ilíada ii.25

jueves, 20 de octubre de 2011

literatura de terror

martes 14 de noviembre de 2006

Félix Reátegui sobre Toda la sangre

Toda la sangre, elogiable antología de narrativa peruana sobre la violencia, realizada por Gustavo Faverón ha suscitado una variedad de lecturas y puntos de vista disímiles. Félix Reátegui, gran amigo y lector diligente, no sólo escribe el epílogo de la antología sino que me acaba de mandar un texto en el que da mayores luces al respecto.

Culturalistas, revisionistas, negacionistas

Escribe FÉLIX REÁTEGUI

No resulta sencillo entender algunas de las reacciones que ha suscitado la antología de narrativa sobre la violencia, Toda la sangre, y en particular la introducción a ella escrita por Gustavo Faverón. El escritor Oswaldo Reynoso calificó este texto de tendencioso durante una presentación del libro, y ha repetido esa opinión en la Feria del Libro de Santiago. Pero no dijo con todas sus letras cuál era esa tendencia que le parecía objetable. Algo de ello dejó insinuado con el uso de términos como «guerra popular» y «presos políticos» para referirse al conflicto armado interno iniciado por Sendero Luminoso y a los presos de esa organización, respectivamente. Tendencioso por hablar de violencia política; tendencioso por traslucir una reprobación moral sin ambages al senderismo. ¿Soportará el adjetivo —tendencioso— ese contenido? Supongo que sí, si es que se finge hablar o escribir desde una cámara de vacío moral.
Un reseñador que escribe con seudónimo echa en cara al texto de Gustavo no se sabe exactamente qué. Si uno lee con paciencia hasta el final —hay que sortear, en el camino, un empleo un poco fetichista de términos como «prácticas discusivas», «instancias de emisión», «lugar de enunciación», «identidad textual», «postura enunciativa hegemónica»— puede intuir, más o menos, que el quid del asunto es éste: el prologuista ha incurrido en una irresponsabilidad intelectual al partir desde un marco teórico culturalista para llegar, al cabo, a sostener posturas favorables a una democracia universalista. El reseñador no termina de hacer explícita su postura —porque no quiere o porque se enreda en su esforzada hybris terminológica—: ¿estamos ante un presunto tropiezo intelectual de Gustavo: el no haber empleado bien su marco teórico? ¿O ante una postura política recusable: el no situar el desenfreno homicida senderista en un contexto histórico que lo absuelva de responsabilidad, o el no plantear la equivalencia moral entre el totalitarismo y el ciertamente injusto régimen democrático?
La primera posibilidad es iluminadora: echa luces sobre ciertos estilos de pensamiento bastante acartonados y, uno hubiera creído, ya dejados atrás, aquellos para los cuales un marco teórico no es tal —un ambiente para plantearse cierto tipo de preguntas y no otras; para plantear con una lógica determinada, y no otra, las relaciones entre ciertos fenómenos— sino un cajón de respuestas listas para usar. Según el reseñador, el apelar a Raymond Williams y a Edward Said (se le escapó, en su cacería onomástica, el nombre de Fredric Jameson, que también asoma por ahí sin estar escrito: hay que fijarse en las ideas, no en los nombres) debería haberlo conducido de la mano a un razonamiento y a una conclusión: el señalamiento de «las prácticas obscenamente abstractas y alienantes del Estado peruano». La pregunta sería, entonces, para qué darse el trabajo de pensar y de leer si todo ya está previsto en la teoría. Esta anécdota, creo yo, solamente ilustra la tenacidad del estilo de razonamiento de los pseudomarxistas de hace décadas: esos para quienes bastaba nombrar a Marx para saber qué decir sobre cualquier problema o circunstancia. Ahora, resulta que el culturalismo —que según cree el reseñador sustituye a la categoría de clase por la de cultura en el análisis del conflicto— es para ellos la fase superior del marxismo-harneckerismo. (Eso es lo malo de discutir con seudónimos: de repente me equivoco y el reseñador es un jovencito que jamás ha oído hablar de los clásicos de la editorial Progreso y que ha reinventado por sí solo la tradición del pensamiento ready-made. Datos en contra de esta hipótesis: el uso de la palabra supérstite, que ya era huachafa cuando la usaba el, por lo demás, excelente escritor José Carlos Mariátegui).
Desde luego, llegados a esto, ningún emprendimiento intelectual tendría que ser juzgado sobre la base de sus razones. El intelectual es sobre todo un guerrero. Vive bajo el hechizo de la «undécima para Feuerbach» (perdonen los que tengan menos de treinta y cinco años: son asuntos ya viejos). Y, por eso, la descalificación al prólogo de Toda la Sangre recala en dos momentos en lo siguiente: «para ser consecuente, Faverón no podía pasar por alto...»; «un crítico cultural consecuente extraería la explicación obvia...» (de pasada: si es obvia, ¿para que la tendría que extraer?). La palabra consecuente ya vive en los dos mundos: suena a propiedad lógica, pero está impregnada de pragmática: convierte su propia pragmática en lo lógico: es ideología. Pone en acto un oxímoron interesante: la militancia intelectual. Implica además un chantaje que, por fortuna, sólo funciona para los que tienen espíritu gregario: o eres consecuente o te vas. Hace décadas Lészek Kolakowski expuso magníficas razones para irse en su extraordinario, y en ese momento valiente, «elogio de la inconsecuencia».
El culturalismo —todavía no sé si el término es de uso habitual como equivalente de «estudios culturales»— sería entonces una estrategia de guerra. Y esa percepción, en apariencia, tendría alguna justificación. ¿No fue, acaso, Edward Said un guerrero cultural? Sí, claro; pero sus libros no nos enseñan qué decir sino qué preguntar: nos prometen un método de lectura. El crítico literario, que antecedió en Said al estudioso de la cultura, lo salvó del dogmatismo y permitió que su impugnación del etnocentrismo fuera una tarea creativa: ¿no son sus lecturas de Austen o de Conrad ejercicios interpretativos de primera fila, no son buenas lecciones de esa lectura línea por línea que reclamaba (el fascista) Pound? ¿No será que el crítico de la cultura debería tener como primer mandamiento el saber leer por sí mismo antes que preocuparse por ser consecuente?
Pero, si, como parece, al reseñador anónimo no le interesan tanto las ideas cuanto la derivación estratégica de éstas, ¿de qué estamos hablando? Estamos hablando, según la reseña, de que no se debería «soslayar que la violencia de Sendero se superpone al proceso de disolución de los vínculos tradicionales familiares que la civilización europea y su avatar anglosajón han efectuado del modo más efectivo». O sea, una lectura adecuada del material literario sería la que apelara a ese historicismo rígido: Sendero Luminoso es el producto mecánico —y, por mecánico, ¿inocente? ¿necesario?— de la historia del Perú. Estamos hablando, también, de que, para ser correcta, una lectura de ese material tendría que poner al costado de cada mención de Sendero Luminoso una mención de los crímenes cometidos por el Estado peruano. ¿Para qué? ¿Para lograr una neutralización de los efectos?, ¿para escenificar en el texto otro de esos pactos de impunidad, de mutua absolución, que los actores armados suelen contraer después de haber utilizado a la gente como carne de cañón, pactos después de los cuales los sobrevivientes se ven obligados a votar por alguno de sus verdugos de ayer? Sólo de una manera muy interesada se podría decir que la antología y el texto que la precede toman algún partido por el Estado en cuanto agente violador de derechos humanos. Ni siquiera toman partido por él en cuanto representante de un orden social deseable. Dice Gustavo: «Los políticos peruanos han probado en el último proceso electoral que para ellos el fin de la guerra no es sino una autorización para volver al viejo orden, como si nada en absoluto hubiera sucedido». Si acaso, toma partido, creo yo, por los derechos de las personas, por eso que el reseñador llama despectivamente «ciudadanía occidental y moralidad universalista». Es, por lo demás, el mismo partido que evidentemente toma el texto que escribí como epílogo del mismo libro y que el reseñador ha encontrado interesante, cosa que agradezco y al mismo tiempo me desconcierta: ¿será, acaso, que lo que le molesta no es la moral universalista sino que desde el culturalismo se piense una moral universalista?
¿Desde qué punto de vista puede ser esa toma de partido deleznable? ¿Desde qué punto de vista analizar los colapsos provocados por Sendero Luminoso equivale a escribir desde «la cultura hegemónica opresora»? ¿Desde qué ángulo es que resulta objetablemente tendencioso llamar a la violencia, violencia, y no guerra popular?
Yo hubiera creído que más bien era cierto lo contrario. ¿Cómo llamamos a los asesinatos, a las masacres, al sometimiento de niñas a servidumbre sexual practicado por Sendero Luminoso? ¿Aceptamos todo eso en nombre del devenir histórico? ¿O las anulamos, como en una ecuación algebraica, poniendo a su lado los horrores imperdonables cometidos también por el Estado? Parecía imposible que alguien propusiera esto último; pero no hay que olvidar que tras un horror humanitario viene el reconocimiento y que muchas veces, tras el reconocimiento, vienen el revisionismo y el negacionismo. Los combates por la memoria tienen varios frentes, o tal vez sólo uno: el de los elitistas y los conservadores de derecha y de izquierda para los que la vida de cierta gente siempre valdrá menos que una robusta curva de utilidad marginal o que una frase con esdrújulas.

Marco MARTOS

Marco Martos

Marco Gerardo Martos Carrera
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Marco Martos en el homenaje al poeta José Watanabe, en junio de 2007.
Nacimiento PiuraBandera del Perú Perú
Alma mater Universidad Nacional Mayor de San Marcos
Universidad Católica del Perú
Ocupación escritor, poeta, docente

Marco Gerardo Martos Carrera (29 de noviembre de 1942) es un reconocido escritor y poeta peruano. Es considerado uno de los principales representantes de la Generación del 60 en la poesía peruana. Actualmente es presidente de la Academia Peruana de la Lengua, catedrático de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y decano de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de dicha casa de estudios.

Contenido

[editar] Biografía

Marco Martos nació en el entonces Hospital de Belén de Piura. Su padre fue el huancabambino Néstor Samuel Martos Garrido (1903-1973) notable historiador y periodista. Su madre fue doña Rosa Clementina Carrera Ubillús de Martos (1907-1958), dama huancabambina que durante el siglo XX se dedicó a la educación de la niñez piurana.

Realizó sus estudios primarios en el colegio "Salesiano", una institucion educativa cuya sede estuvo ubicada en la calle Libertad, frente a la Plaza Merino en la ciudad de Piura. Poco después cuando pasaba a quinto grado, a petición de él, sus padres lo cambiaron al colegio San Miguel de Piura donde culminó también sus estudios secundarios, sobresaliendo desde entonces en los cursos de letras.

En los años 60, con su llegada a Lima, Marco Martos empieza a vislumbrar su vida poética. Ingresa a estudiar Derecho en la Pontificia Universidad Católica del Perú; pero, impulsado por su vocación literaria, ingresa a estudiar Literatura Hispana en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde conoció a la que sería después su esposa y madre de sus tres hijos, Carmen Castañeda.


Es doctor en Literatura, poeta y periodista peruano. Prolífico autor de obras poéticas, se le considera uno de los principales representantes de la Generación del 60 en la poesía peruana. Sus poemas usan un lenguaje sencillo, irónico y cotidiano para criticar la realidad en la que vive y para referirse a la soledad y al aburrimiento existencial.

En 1967 fue ganador de los Juegos Florales de Poesía de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, y en 1969 obtuvo el Premio Nacional de Poesía José Santos Chocano. Ha participado como jurado en muchísimos certámenes de poesía, entre ellos fue Jurado del Premio Casa de las Américasen (1984).

Marco Martos, también sobresalió en ajedrez entre 1960 y 1964. En 1962 en un torneo obtuvo el primer puesto y en 1963 obtiene victorias frente a ajedrecistas chilenos. En ese mismo año el diario La Prensa de Lima sostuvo que era una lástima que Marco se dedicara a la poesía. Más tarde escribiría "Jaque Perpetuo", un poemario dedicado al ajedrez, una de las grandes pasiones de su vida.

En 1969, se presentó a un concurso organizado por La Casa de la Cultura del Perú en donde obtuvo el Primer Premio Nacional de Poesía con su libro "Cuaderno de Quejas y Contentamientos".

Estudió en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en donde luego fue decano de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas. Actualmente se desempeña como profesor principal de esta facultad y director de su Unidad de Posgrado, además es profesor en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya, la cual, pese a ser desconocida para muchos, se proyecta como un semillero de futuros filósofos, escritores y maestros.

Se graduó como bachiller en Letras en 1972 con la tesis "Darío y Machado: del modernismo a la literatura comprometida" y como doctor en Letras en 1974 con la tesis: "la poesía amorosa de César Vallejo en Los heraldos negros y trilce".

Su obra le ha valido un amplio reconocimiento, la cual ha sido traducida y publicada en alemán, francés, húngaro, italiano e inglés.

Desde el año 2006 es presidente de la Academia Peruana de la Lengua.

Nuevamente, en el 2010, llega a ser decano de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos

[editar] Obras

  • Poemario Dante y Virgilio. Iban oscuros en la profunda noche. (Lima: Universidad San Martín de Porres. 2008)
  • Aunque es de noche. (Lima: Hipocampo. 2006)
  • Dondoneo. (Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos. 2004)
  • Jaque perpetuo. (Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú. 2003)
  • El monje de Praga. (Lima: Hipocampo. 2003)
  • Sílabas de la música. (Lima: LIRSUR. 2002)
  • El mar de las tinieblas. (Lima: El Caballo Rojo-Atenea. 1999)
  • Al leve reino. (Obra poética 1965-1996) (Lima: Peisa. 1996)
  • Cabellera de Berenice. (Trujillo: SEA-Municipalidad Provincial de Trujillo-Casa del artista. 1991)
  • Muestra de arte rupestre. (Lima: Instituto Nacional de Cultura. 1990)
  • Carpe diem/El silbo de los aires amorosos. (Lima: CEPES. 1981)
  • Carpe diem. (Lima: Haraui. 1979)
  • Donde no se ama. (Lima: Milla Batres. 1974)
  • Cuaderno de quejas y contentamientos (Lima: CMB. 1969)
  • Casa nuestra. (Lima: Ediciones de la Rama Florida. 1965)

[editar] Véase también

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