Angelo Panebianco (*) Traducción del italiano: Israel Covarrubias González.
Autor poliédrico, Raymond Aron nos ha dejado una inmensa obra que va de la filosofía a la ciencia política, de la historia de la sociología al análisis crítico de las ideologías, de la teoría de las relaciones internacionales a los estudios estratégicos. Digamos que el Aron "científico" puso siempre al lado del trabajo académico una intensa actividad periodística, predominantemente dedicada al análisis y al comentario de la política internacional de su tiempo. Por consiguiente, también en su trabajo ensayístico pudo darle un gran espacio a un género que él definiría como "historiografía del presente", es decir, el análisis de las vicisitudes internacionales del siglo XX (1). La fama de editorialista (de 1947 a 1977 en Le Figaro y después en Express), y su decisión de dedicar tantos esfuerzos al estudio de la política mundial del siglo XX, indujeron frecuentemente a los lectores que tenían poca familiaridad con su pensamiento a intercambiar su historiografía del presente por una suerte de "periodismo culto": análisis brillantes del mundo contemporáneo, siempre inteligentes e informados, pero en el fondo carentes de aquella solidez y de aquel rigor que se espera y se pretende de los científicos sociales. Sobre todo, aquel mundo académico que, al menos una parte, lo recuperaría después de su muerte (2), definía a Raymond Aron en vida, más que nada como un culto observador de la vida pública, un agudo analista de la política internacional, cuya pretensión sociológica, sin embargo, era solo una vaga y superada "filosofía social", carente de algún valor científico y, en cualquier modo, distante por contenidos y método, de los estándares exigidos en los departamentos de ciencias sociales. Sin embargo, esta imagen de Aron, aún muy difundida, es errada. El analista de la política internacional contemporánea fue, en efecto, un pensador original que concebía a la historiografía del presente como un aspecto de una más amplia indagación sociológico-política sobre las instituciones y las vicisitudes del siglo XX, y que utilizaba en cada uno de sus estudios un método de investigación y una visión de las tareas (y de los límites) de la ciencia social, en la cual personalmente se había forjado en el transcurso de los decenios, meditando sobre las lecciones de los clásicos del pensamiento político y sociológico, con el resultado de que su "sociología", estando dotada de sólidos fundamentos, ha mostrado a la distancia no sufrir la usura del tiempo que inexorablemente golpea a tantos estudios académicos y tantas teorías sociales en boga en su época. Para comprender al Aron sociólogo político, primero es necesario comprender al Arón filósofo de las ciencias sociales, es decir, es necesario conocer las conclusiones a las cuales llega su investigación conducida en los años treinta del siglo XX sobre las posibilidades y los límites del conocimiento histórico-social (3). Una línea roja une los estudios que Aron llevará a cabo, durante y después de su estancia en Alemania a principios de los años treinta sobre la filosofía de las ciencias histórico-sociales, y su obra como sociólogo político y de analista de la política internacional de la segunda posguerra. Será en su Introduction à la philosophie de l'histoire de 1938, en donde Aron pondrá a punto una concepción del papel de las ciencias sociales, y de la relación entre el científico social y la política, que desde ese entonces quedará, en lo esencial, siempre fiel. En aquella obra, inspirándose críticamente en Wilhelm Dilthey y sobre todo en Max Weber, Aron recupera la tesis fundamental del historicismo alemán sobre las diferencias entre ciencias de la cultura y ciencias de la naturaleza, exalta la centralidad de la "comprensión" en las ciencias del hombre, desmonta las pretensiones científicas de las filosofías de la historia en su vertiente hegeliano-marxista, spengleriana o comtiana. Pero sobre todo, lo que más cuenta para nuestros fines, es su propuesta de una concepción original (para su tiempo y para la cultura académica francesa hacia la cual Aron se dirige) de las tareas de la ciencia social. Dado que los éxitos históricos son indeterminados, y dado que los actores históricos modifican el curso de la historia con sus decisiones y sus acciones, la tarea del científico social es aquella de favorecer decisiones "razonables". Poniendo a disposición de los actores, estadistas o simples ciudadanos, el conocimiento acumulado sobre los "determinismos parciales" (las regularidades descubiertas en los comportamientos o en las interacciones sociales), el científico social puede ayudar al hombre de acción a tomar conocimiento de los vínculos en los cuales se encontrará su actuación y a hacer un buen uso, es decir, un uso razonable, de su libertad de decisión. En la base de esta concepción existe un doble rechazo: de la visión prometeica de la ciencia social, propia del positivismo, que sueña con una política "científica", una política guiada por la ciencia, y de los éxitos nihilistas del pensamiento de Max Weber, para el cual las decisiones políticas son puras elecciones de valor, arbitrarias e irracionales. Conciencia sobre los límites del saber científico-social, énfasis sobre la libertad, no obstante que no es ilimitada, de los actores históricos, visión de la ciencia social como un humilde instrumento de servicio: en la Introduction está delineado implícitamente un programa de trabajo. En su actividad posterior de estudioso, Aron se esforzará para quedarse fiel a lo que interpreta, sin énfasis, acaso con modestia, como su vocación, su misión: estudiar la política de su tiempo con los instrumentos de las ciencias sociales, con el objetivo de favorecer una comprensión del presente que permita a los ciudadanos orientarse y a los hombres de Estado tomar decisiones razonables. En toda su obra, los nombres de algunos pensadores clásicos serán constantes. Así, surge el nombre de Auguste Comte, del cual Aron rechaza la filosofía de la historia (la "ley de los tres estadios") pero del cual recupera la pionera descripción de la "sociedad industrial" y la idea de que con el industrialismo se ha producido una radical fractura en la historia de las sociedades humanas. Surge el nombre de Karl Marx, del cual Aron, inflexible adversario del marxismo, reconoce sin embargo la genialidad y también la perdurable utilidad de su pensamiento, de ciertas intuiciones sobre el funcionamiento de la sociedad capitalista. Surge el nombre de Tucídides, cuya reconstrucción histórica del gran conflicto entre Atenas y Esparta es una fuente de inspiración continua para el Aron estudioso de las guerras del siglo XX. Aron admirará sobre todo la capacidad de Tucídides para representar el drama histórico sin olvidar la acción causal de los factores, diríamos hoy, macro-sociológicos (la herencia histórica, las características sociales y políticas de las ciudades griegas en lucha) pero, al mismo tiempo, sin perder de vista la importancia de las elecciones, de las decisiones que los hombres toman en el curso de la guerra y que contribuyen a determinar su éxito. A Tucídides (pero también a Maquiavelo) (4), Arón se refiere con gusto cuando quiere subrayar el carácter perenne de los dos problemas políticos que los hombres deben afrontar: el problema del mantenimiento del orden en el interior de la ciudad y el problema de las relaciones entre las ciudades. Naturalmente, surgirá también el nombre de Max Weber. Con el pensamiento de Weber, Aron dialogará toda la vida, pero es errónea la interpretación que se hace de Aron al definirlo simplemente como un sociólogo "weberiano", un epígono de Weber. De Weber, Aron adopta algunos aspectos de la su metodología, también si no encuentra satisfactorias todas las soluciones indicadas por el sociólogo alemán: no comparte, por ejemplo, la conexión que Weber estipula entre explicación "comprensiva" y explicación causal. Sobre todo critica enérgicamente la clara distinción de Weber entre los hechos y los valores, y no está dispuesto a seguirlo sobre la dirección, radicalmente anti-iluminista, de la negación de la existencia de un fundamento racional de las decisiones políticas. Finalmente, surgirá el nombre de Alexis de Tocqueville. Más que Weber, Aron es acaso un alumno de Tocqueville y de Montesquieu (5). En ambos se inspirará su sociología histórica y, en parte, su método de análisis. Del segundo recuperará el gusto y la capacidad de valorizar la gran variabilidad de las experiencias históricas, los distintos modos de organización de las sociedades humanas. Del primero, recoge el dilema fundamental: la democracia es el destino de la sociedad moderna, pero depende de las elecciones de los hombres el hecho de que la democracia sea despótica o liberal. De ambos (más que de Weber), recupera la idea de la centralidad de la política, la idea que la política, lejos de ser "determinada" por otros factores (las relaciones sociales, económicas, etcétera), mantiene siempre su robusta autonomía y que es precisamente por aquello que sucede en la esfera política lo que condicionará enormemente la organización de la sociedad. Por ejemplo, la "sociedad industrial" manifiesta ciertas uniformidades dictadas por las exigencias de la producción, tanto en el Occidente capitalista como en la Unión Soviética. Las diferencias más importantes entre los dos tipos de sociedad dependen de las distintas ideologías y de las distintas organizaciones del sistema político. Raymond Aron fue un defensor de aquella sociedad liberal occidental, a la cual -no obstante- encontraba muchos defectos, y fue también un adversario del totalitarismo. Pero entre los pensadores liberales del siglo XX, Aron es aquel que ha invertido más esfuerzos intelectuales en el estudio de la guerra (6). En general, los teóricos liberales se mantienen alejados de este tema. La razón principal es que la guerra representa un desafío, y una amenaza permanente para las libertades que los liberales defienden. Estudiando las guerras del siglo XX, Aron quiso también explicar por qué las libertades siempre están amenazadas por la anarquía internacional, por qué las "promesas" del liberalismo solamente se pueden mantener en una mínima parte. La incesante competición entre los Estados, el hecho de que las relaciones entre las "ciudades" se desarrollen perennemente "a la sombra de la guerra", son formidables obstáculos para el completo despliegue de las libertades en cada ciudad en particular. Por ejemplo, no obstante que simpatizaba con muchos aspectos del pensamiento de Friedrich von Hayek, Aron le reprochaba al que quizás sea el mayor teórico social liberal del siglo XX, haberse desinteresado por el desafío representado en los conflictos interestatales por el orden "espontáneo" de la sociedad libre, volviéndose de esta manera muy poco realista su teoría (7). Para terminar, es importante subrayar la importancia que Aron atribuía, en su interpretación de la historia del siglo XX, a las discontinuidades históricas producidas por el advenimiento de la sociedad industrial y por las modernas ideologías, unida sin embargo también a la conciencia de la imposibilidad de eliminar ciertas constantes (in primis, el papel de la guerra, y sus éxitos, en la determinación de los desenvolvimientos de la historia). Con relación al método de análisis, se aclara eso que Aron entiende cuando defiende la idea de que el estudioso deba saber mantener, en la explicación de los éxitos históricos, un equilibrio entre la consideración de las determinantes "macro-sociológicas" y el peso que tienen las convicciones y las decisiones de los individuos. De aquí, surge nítidamente el cuadro en cuyo interior, según Aron, se desarrollan las luchas y los dramas humanos, aquella mezcolanza de necesidad y de libertad que deja abierto el futuro, la auténtica libertad de elección de los hombres, no obstante que esté influenciada por las condiciones históricas y por la historia misma ?como le gustaba repetir a Aron?, hecha de hombres que no siempre saben qué historia están haciendo.
Notas (*) Profesor de Ciencia Política de la Universidad de Boloña (Italia). | |
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