D O L O R E S F R A N C O D E M A R Í A S
1912-1977
IN MEMORIAM
En Madrid, en la madrugada del 24 de diciembre pasado, falleció la esposa de nuestro entrañable y admirado amigo Julián Marías. Desde el verano de 1946, el matrimonio Marías-Franco no faltó a la cita de Soria. No venían a descansar; no tenían vacaciones pagadas. Venían a tonificarse, a que jugaran con libertad sus hijos; a reconocer la Soria que conocían por los poetas; venían a seguir trabajando para vivir; era el tributo que tenían que pagar por su inquebrantable voluntad de independencia intelectual y moral. Tan a gusto se sintieron al comprobar que "Soria es una escuela admirable de humanismo, de democracia y de dignidad" -en expresión de Antonio Machado- que en lo hondo de sus almas se sintieron sorianos de adopción. Y Soria -la "Soria pura"- les acogió con íntima complacencia. Muchas eran las dotes de Lolita Marías: su encantadora naturalidad, su clara visión de las cosas, su talento. Pero, si quisiéramos subrayar la que en ella fue esencial, señalaríamos su radical condición maternal: hija mayor, con siete hermanos varones y una hermana, fue la incansable "madrecita" de sus hermanos. En su regazo hubo siempre un niño -el que más la necesitara, sin descuidar a los otros- y un libro de texto. En esas condiciones cursó con eficiencia y brillantez su bachillerato y su carrera universitaria, que terminó con premio extraordinario de Letras.
Durante la guerra civil, pasó por dos amargas pruebas: la muerte de un hermano y la desaparición de otro. Sin mirar los peligros de la búsqueda y acompañada por su condiscípulo Julián Marías, no cesaron la macabra tarea hasta comprobar el crimen. Terminada la guerra, desde el 15 de mayo al 7 de agosto de 1939, no faltó un solo día en la cárcel de Santa Engracia, para confortar a su prometido Julián Marías. Tampoco tuvo en cuenta los peligros.
A comienzos de 1965, Julián Marías escribió un Prólogo a la traducción inglesa de su "Historia de la Filosofía". Es una pieza de antología, de enorme valor biográfico. (Tomo sólo unos párrafos). "Vuelvo los ojos sobre este libro de título genérico, "Historia de la filosofía", a los veinticuatro años de haberlo terminado de escribir, ahora que va a aparecer, vertido al inglés, en Nueva York, como se mira a un hijo ya crecido que va a emprender un largo viaje. Es el primero de mis libros; ha sido tambien el de mejor fortuna editorial: desde que se publicó por primera vez en Madrid, en enero de 1941, ha tenido diecinueve ediciones españolas" [Hoy son treinta y cuatro]. "Para explicar esto hay que recordar lo que podríamos llamar las raíces "personales" que lo hicieron posible. En aquella facultad admirable... no había ningún curso general de Historia de la Filosofía. Y había que pasar un exámen -se llamaba entonces "examen intermedio"- común a todos los estudiantes. No hay que decir que este examen preocupaba a todos. Un grupo de muchachas estudiantes, de dieciocho a veinte años, compañeras mías, amigas muy próximas, me pidieron que les ayudase a preparar ese exámen. Era en octubre de 1933; tenía yo diecinueve años y estaba en el tercero de mis estudios universitarios. Se organizó un curso privadísimo, en alguna de las aulas de la Residencia de Señoritas, que dirigía María de Maeztu. Las muchachas tuvieron considerable éxito en los exámenes, con no poca sorpresa de los profesores; al año siguiente, algunas más, que tenían pendiente el mismo examen, me pideron que volviera a organizar el curso: las más interesadas eran, sin embargo, las que ya lo habían aprobado. Al año siguiente, durante el curso 1935-36, María de Maeztu me encargó formalmente un curso de filosofía para las residentes.
"Aquellos cursos de filosofía eran únicos en muchos sentidos, pero sobre todo en uno: mis estudiantes eran mis compañeras de Universidad, mis amigas, muchas de mi edad; esto quiere decir que no me tenían respeto. Esta experiencia de lo que podríamos llamar "docencia irrespetuosa" no ha tenido precio para mí. Estas chicas no aceptaban nada "in verba magistri"; el argumento de autoridad no existía para ellas... Me pedían que lo aclarara todo, lo justificara todo... Nunca he tenido que esforzarme tanto, ni con tanto fruto, como ante aquel auditorío de catorce o dieciséis muchachas florecientes, risueñas; a veces burlonas, de mente tan fresca como la piel, aficionadas a discutir, con afán de ver claro, inexorables. Nadie, ni siquiera mis maestros, me han enseñado tanta filosofía. En rigor, debería compartir con ellas los derechos de autor...
"A decir verdad, los comparto con una de ellas. Una de las muchachas que habían seguido mis cursos, que desde dos años después fue mi mujer, me animó a escribir una Historia de la Filosofía; cuando le hice ver las enormes dificultades de la empresa, me ofreció una considerable pila de cuadernos: eran sus apuntes, admirables, claros, fidelísimos apuntes de mis cursos informales. Sobre ellos me puse a trabajar: fueron el primer borrador de este libro. El desánimo me invadió al cabo de un tiempo; me rehíce, volví al trabajo... El 17 de enero de 1941 dediqué su primer ejemplar a aquella muchacha cuyo nombre era Lolita Franco y que pocos meses después había de llevar el mío...".
La dedicatoría decía: Para tí, Lolita. Dos años después, también le dedicó su libro "Miguel de Unamuno": Uxori dilectissimae, y diecisiete años más tarde -y diecinueve de matrimonio- le dedicaría " Ortega. I. Circunstancia y Vocación": A Lolita, que está en todas las páginas. Tres dedicatorias que jalonan la senda de un común destino, cumplido con todo amor.
En "Reglas y consejos sobre investigación científica", dirige Cajal su atención a la elección de mujer por parte del científico. Establece cuatro tipos de muchachas: la intelectual (especie, dice, muy rara en España), la heredera rica, la artista y la hacendosa. Cajal rechazaba los tipos segundo y tercero, y a falta del primero -el ideal-, aconsejaba al cuarto: la hacendosa.
Desde que el libro se escribió, 1897, la situación de una parte considerable de jóvenes españolas había cambiado. Ya había la intelectual, que Cajal echaba de menos: "colaboradora en las empresas científicas del esposo; mujer semejante, inteligente y ecuánime, rebosante de optimismo y fortaleza... Ella triunfa en el hogar y en el corazón del sabio, ciñendo la triple corona de esposa amante, de confidente íntima y de asidua colaboradora".
Lolita Marías ha sido un ejemplo vivo.
En el dintel de la puerta de una casa de Salduero -donde estuvo la primera Escuela de este fino pueblo soriano- puede leerse esta curiosa leyenda: "La sabiduría edificó para sí casa y para todos puso la mesa".
Cuando Jose Antonio Pérez-Rioja, con tenaz esfuerzo e ilusión consiguió que Soria tuviera una "Casa de Cultura", modelo en su género, quiso dar la mayor amplitud a la mesa de la cultura: ¿Y si organizáramos unos cursos para extranjeros? La respuesta fue pronta y entusiasta. Julián Marías concibió unos Cursos de Estudios Hispánicos, en los cuales las enseñanzas estuvieran respaldadas por la realidad en que iban a vivir los estudiantes.
A partir de 1972, se celebraron seis Cursos de verano. Dos centenares de alumnos -en su mayoría, alumnas- de Europa, de EE.UU, de Méjico, junto a algunas españolas, han vivido Soria, y la recuerdan con sincero cariño.
¿Qué parte pudo corresponder a Lolita Marías, el que los Cursos tuvieran fisonomía y espíritu propios? Su participación fue esencial. Sus clases eran modelo de claridad. Al mismo tiempo, era ejemplar compañera del alumnado, asistiendo a las clases de los demás profesores, aclarando luego conceptos no entendidos y ofreciendo sus perfectos cuadernos de apuntes. Enseñar y aprender fueron siempre su gozo y su ilusión. Y ayudar y orientar, su constante voluntad.
Tras su irreparable pérdida, el Centro de Estudios Sorianos ha creído que es un deber moral el aplazar el Curso del año actual, como público testimonio de duelo. También Soria lo expresó de modo inequívoco. Cuando los espíritus recobren la serenidad, será el momento de reanudarlos.
Que Dios conceda a Julián Marías la fortaleza de alma necesaria para proseguir la labor de toda su vida, alentada y querida por Ella.
Descanse en paz la fraternal y entrañable amiga.
Heliodoro Carpintero