domingo, 30 de enero de 2011

las palabras y los textos

Luis Jaime: Las palabras y los textos

Lectura y libertad. El respeto por el lenguaje y la obra literaria hicieron de Luis Jaime Cisneros un amante de la palabra.

Por: Carlos Garatea G*
Domingo 30 de Enero del 2011

Muchas veces oí identificarse a Luis Jaime con la filología. "Soy filólogo y profesor", afirmaba sereno y feliz. Otras tantas fui testigo de cómo algún desorientado convertía al filólogo Cisneros en el filósofo Cisneros. No era solo asunto de consonantes, por cierto. Y no me faltan los recuerdos en los que asoman las rápidas y pícaras respuestas de Luis Jaime cuando advertía la sorpresa que la palabra filología producía en su oyente y que le entregaba en esa voz ronca, áspera pero acompasada que grabamos en el corazón quienes conocimos y quisimos a ese gran maestro o quienes asistimos a sus cursos, a sus charlas, seminarios o tan solo quienes conversamos con él en su casa o en esa otra casa suya que fue la Universidad Católica. Luis Jaime filólogo. Luis Jaime maestro.

Entender y explicar
Dos vocaciones que supo integrar y practicar en el aula y fuera de ella, lugares donde ganaba tiempo y energía oyendo a sus estudiantes. La filología exige buen oído, como el médico. Solo que el filólogo debe oír textos, palabras escritas sobre hojas de papel. Oye por medio de la vista, hilando fuentes, contextos, distinguiendo estilos, recuperando biografías, reminiscencias históricas, ecos, atendiendo al vocabulario, a las construcciones sintácticas y a todo cuanto permita aproximarse al sentido del texto. El filólogo hace de la lectura un ejercicio de escucha. Leer no es el simple pasar los ojos sobre letras alineadas, razonaba Cisneros. Es un acto de inteligencia, de libertad y de creatividad. El texto compromete al filólogo con un mundo que debe recuperar para entender lo que ve. El propósito es ese: entender, explicar, ampliar el conocimiento sobre el hombre en su complejidad de ser vivo, creador, inteligente y social.

Amor por el lenguaje
Por eso la filología no ha pretendido jamás elaborar un procedimiento jerarquizado que permita aspirar a una solución definitiva; tampoco ha buscado crear un marco teórico, la mayor de las veces meras especulaciones o ideologías encubiertas, que aplicar a los textos.

La filología recupera y asume la duda como actitud crítica que fomenta la investigación. Se investiga porque hay una duda. La verdad es siempre huidiza. Así se entiende que la filología implique un amor por el lenguaje y por la obra literaria, por los detalles, por saberes de origen distinto, por esos resquicios que alimentan el gozo de una creación humana: un texto.

Habla el texto
Y un texto es un acto verbal. Luis Jaime lo dijo y repitió cientos de veces. Hablar es también crear un texto con sonidos. El filólogo Cisneros se acercaba así a quienes tocamos su puerta en busca de consejo y refugio. Con él, hablábamos. Palabras y más palabras. Luis Jaime escuchaba, acompañaba y dejaba que cada quien descubriera el sentido de lo que traía dentro. No había imposición. Había descubrimiento personal, no recetas. Era la filología encarnada en un maestro. Ciertamente, era una actitud pedagógica que aceptaba la complejidad y la pluralidad que llevamos con nosotros y que, sin remilgos, entendió Luis Jaime como el espacio en el que se forma y desarrolla la persona. A ello dedicó su vida.

Esa manera de entender la educación no goza hoy de mucha tribuna, ni despierta el entusiasmo de los responsables políticos. Lo entiendo. Ese modo de educar exige más trabajo y mejor formación académica y cultural. En la actualidad, antes que la persona, está el éxito económico. Antes que lo pedagógico, está lo administrativo. Luis Jaime tuvo claridad en torno a que no habrá mejor educación sin humanidades y no cedió frente a las modas que, bajo el ribete de la modernidad, postergan a la persona, olvidan el significado de desarrollo humano, banalizan el conocimiento o rezuman ideologías. Luis Jaime dejó una huella que nos toca hacer indeleble. Solo entonces habremos sido coherentes cuando decimos que lo admiramos y queremos.

Para empezar, preguntémonos qué universidad necesitamos, como centro de formación, no como negocio. Sería un gran homenaje al maestro Cisneros.

[*] Catedrático de la PUCP.

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